A Marcelo González Tachiquín no le fue suficiente renunciar al PRI para desligarse de su pasado inmediato, de sus conexiones con el duartismo, de sus corruptelas, de sus arrogancias, de sus mezquindades y de su falta de oficio político. 

Hoy está detenido porque el corralismo le acusa de ser el operador del desfalco al erario por 170 millones de pesos, vía el infame Plan Villa, aquel mega programa que juró y perjuró marcaría el éxito del sexenio de su hoy expatrón, César Duarte, con la integración de cientos de orquestas musicales y muchos, muchos equipos deportivos. Como era natural, de aquello no ha quedado ni el polvo.

A Herr Doktor, que se la daba de teórico político, se le conoce no sólo por esa mitomanía, que seguramente le contagió aquel que quería el “poder para poder”, sino porque, encarrerado como estaba en la euforia de la grandilocuencia exacerbada, de la supuesta supremacía de quienes ostentaban en ese momento el mando de las decisiones políticas en la entidad, se creyó el Goebbels del sexenio, un símil del ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich, que a fuerza de concitar odios hacia sus críticos con el uso de recursos materiales y humanos, pretendía acallar las voces que los señalaron hasta el punto de provocar su derrumbe.

González Tachiquín fue el autor de aquel desplegado que publicó, con el consentimiento del rector de la UACH y de otros directores académicos del estado, en contra de quien escribe esta columna. Se me acusó hasta de una patología de inconforme y se abusó, en el menor de los casos, de la posición ocupada por algunos mentores que ni siquiera fueron consultados para la firma del libelo.

De secretario particular de Duarte pasó a ser titular de Educación y luego director de Pensiones Civiles del Estado (PCE), donde se le recuerda por varios desplantes de fábula mediática: una de ellas tiene que ver precisamente con el Plan Villa, objeto de su arresto judicial; otras también son memorables, como el adelanto de las vacaciones de invierno en el sistema de educación profesional, justo en el momento en que las protestas de los estudiantes de la UACH y otras escuelas de nivel superior arreciaban contra la matanza de los 43 de Ayotzinapa y por sus simpatías con el movimiento de protesta contra la corrupción política encabezado por Unión Ciudadana en Chihuahua. Esa vez envió a los estudiantes universitarios a casa pero a los infantes de educación elemental los mantuvo en clase a pesar de las inclemencias del frío y la falta de calefacción en muchos salones de clase.

Como director de Pensiones se le recuerda no haber superado las crisis financieras de la institución y por haber creado, eso sí, el estacionamiento ecológico de sus instalaciones. Fue a Francia a presentar sus modelos de reingeniería financiera porque supuestamente querían copiarlos (risas aparte). 

Sin el más mínimo olfato político se quiso enfrentar internamente para obtener la candidatura del PRI a la gubernatura. Como no pudo, también se apuntó, sin éxito, para la Rectoría de la UACH, una universidad en la que entonces cualquier hijo de vecino podía aspirar a un cargo de ese nivel, bastando la aprobación del compadre Duarte Jáquez. Al final cayó en el cliché de renunciar al PRI para ver si le insistían. La estrategia se le vino abajo y acabó abandonando el barco hundido del tricolor. Pero nadie se explica aún porque extraña razón se mantuvo como protegido de Beatriz Paredes de la CNC, porque no se le conoce tierra ni en las uñas.

Se amparó cuando vio caer a algunos de sus secuaces menores. Recientemente, sus viajes por el extranjero lo delataron. Pero el flaqueo de su retorno a casa por las navidades terminó con su simulada escapatoria. Hoy deberá enfrentar a la justicia por los cargos de desfalco que se le imputan. Ojalá que los arreglos sean en base a las leyes para que no se repita la espectacular detención del otro duartista, Javier Garfio, que hoy “padece” arresto domiciliario y fue sentenciado a pagar una multa de 435 mil pesos, un monto de risa si se compara con las triquiñuelas que suman el desfalco duartista que, según la Auditoría Superior del Estado, rebasan los 6 mil millones de pesos.

Tachiquín está de vuelta. Y Jaime Herrera, que nunca se ha ido, ¿para cuándo?