En la ciudad de Chihuahua se han convertido en peatonales algunas calles del Centro Histórico. En su momento se pronunciaron buenos propósitos, entre los cuales está que el peatón pueda caminar libremente y sin los riesgos del automovilismo; que se disfrute la ciudad y su buena arquitectura –escasa por cierto–, y apoyar al comercio establecido de manera formal, que presta servicio, genera empleo, paga salarios y tributa al fisco, entre otros argumentos ya muy traídos y llevados.
Pero que no llegue septiembre, noviembre y diciembre, por lo menos, cuando esos espacios abiertos se constriñen a estrechas veredas. Surgen toboganes y el ambulantaje se apodera de todo y entonces se niega rotundamente lo que se ofreció al principio.
Desde luego que las zonas de esparcimiento se han de establecer y no impedir la actividad lícita de quienes practican otras formas de comercio; pero hay otros lugares donde esto puede hacerse y la negligencia ocupa las decisiones de gobierno.
Esto es una realidad que tiene que ver con el urbanismo, y el urbanismo importa mucho para la gente en la vida cotidiana. Pero esto no lo entiende el gobierno, o se hace que no lo entiende, sin importar el daño que se produce.