El enorme voto de castigo contra el cacicazgo ha generado un manojo de reacciones entre quienes se encuentran agazapados en las instituciones para la autodefensa de sus intereses, muy facciosos con los que se quieren afianzar viejos privilegios y mantener la UACH en una postración de la que ha de salir cuanto antes. Hay un atrincheramiento del duartismo para proteger los inventarios que les quedan y poder relanzarse para empoderar de nuevo la corrupción.

Se trata de la vieja costra burocrática que tomó a la universidad como el baluarte de sus ambiciones, nunca en simetría con los ideales de una universidad democrática y comprometida con el desarrollo y preservación de la cultura, la ciencia y el conocimiento.

En estricto rigor, estaríamos en presencia no de los conservadores clásicos, sino de una reacción política que se agarra a veinte uñas para mantenerse en un pasado que ha lacerado a Chihuahua de muy diversas maneras, entre otras, el que se carezca de una institución abierta que dé aliento a los intereses progresivos y universales de la sociedad. Sin una nueva UACH Chihuahua seguirá renqueando, privando a todos de los enormes beneficios de una institución llamada a la apertura y al desarrollo humano integral. Esto se sabe desde hace tiempo, mas no había aparecido la oportunidad que hoy tenemos de estremecer conciencias para pasar a la acción e imponer una nueva senda, una ruta acorde con una universidad moderna y de avanzada.

No trataré en esta breve entrega de reseñar, uno a uno, al conjunto de directores que como grupo cerrado se han venido repartiendo el poder en la UACH. Algunos son tan alfeñiques que ni siquiera vale la pena dedicarles unos renglones. Hoy deseo hablar exclusivamente de una figura que, cambiando lo que haya qué cambiar, se homologa con buena parte de los aspirantes que una vez apalancados en su facultad, brincan el primer obstáculo, apuntándose hacia la rectoría. Se trata de la señora Liliana Álvarez, la actual directora de la Facultad de Contaduría y Administración que arribó al cargo luego de un golpe de mano que sin ley, legitimidad y racionalidad alguna dio para encaramarse en una posición de la que quiere saltar al rectorado. Cree que la simple oferta de convertirse en la “primera rectora” es suficiente para vender la mercancía que expende. Es, sin duda alguna, la que mejor emblematiza el abyecto pri-duartismo que ha asolado a Chihuahua durante los últimos años.

Más atrás empezó como ocupante de la sindicatura del ayuntamiento de Chihuahua. No se le recuerda ninguna acción memorable en esa función. La más grave de sus encomiendas fue desempeñarse como secretaria de la Contraloría durante la tiranía de César Duarte, solapando la corrupción y actuando como tapadera de la misma. De ahí a la dirección de la FCA, misma que toma como plataforma para buscar la rectoría. Es una engreída del poder y una dúctil sierva de sus designios. En el remoto caso de que llegase a ocupar el puesto por el que se afana (valiéndose de la carcomida estructura priísta de la facultad), la universidad quedaría en manos de César Duarte y prácticamente humillada a la condición a que la redujo Enrique Seáñez, que la puso al servicio de los seccionales del PRI, con magros resultados, si se consultan los cómputos del 5 de junio.

Es un hecho público, además, su matrimonio con José Alfredo Fierro Beltrán, magistrado de la Primera Sala Civil del Tribunal Superior de Justicia del Estado de Chihuahua, que corrobora que la pareja, de manera inequívoca, se ha colocado bajo el paraguas –hoy con muchos hoyos– de César Duarte. Este abogado ocupa el cargo, sin mérito según fama pública en el foro, luego del golpe al poder Judicial que lo convirtió en un vulgar instrumento del cacicazgo bajo las presidencias de Javier Ramírez Benítez, Miguel Salcido y Gabriel Sepúlveda. Sólo en este elenco los Fierro Beltrán pueden obtener los cargos que hoy detentan. Se trata, entonces, por lo que se refiere a la pretendiente rectoral, de gente con compromisos muy claros y negativos que la hace impresentable y elegible sólo por una impertinencia superlativa. Los universitarios deben cerrarle el paso a esta señora que un día empezó su carrera vendiendo mangos, por una razón adicional: muchos de los que compiten junto a ella por la rectoría, son de su misma condición.

No está de más un apunte casi final: la pareja de duartistas se embolsa mes a mes, mínimo 250 mil pesos, ya que así se paga desde el presupuesto la abyección, la corrupción y el entreguismo de instituciones que debieran ser respetables a un dictador que hoy va en caída más que libre.

Liliana Álvarez acostumbra repetir su eslogan “Forjando el futuro con excelencia”. Nada hay de eso, y sí mucho dinero a la empleomanía que la caracteriza y que convierte en un remoto recuerdo el inicio de su vida económica vendiendo mangos.