Se trata de una vieja y detestable práctica política: gatopardismo, camaleonismo, mimetismo. impostura, y hasta hay quienes la abordan bajo el concepto de elogio a la traición, como los autores Denis Jeambar e Yves Roucaute. Dejo de lado caracterizaciones de la psicología profunda. El lector puede escoger de este menú el que más satisfaga a su paladar; en cambio esta columna intentará, con esta pequeña entrega, abordar, bajo el concepto de robo de identidad, la autopostulación de Marcelo González Tachiquín a la rectoría de la Universidad Autónoma de Chihuahua.

Es bueno recordar, de entrada, que este concepto está ligado al de persona, que en el viejo teatro griego designaba la máscara con la que aparecía en escena el actor. Se trata de un término que corrió con fortuna al paso de los siglos e impactó al ámbito jurídico en muy diversas formas y recientemente al mismísimo Derecho penal, generando tipicidades delictivas. Así, el robo de identidad es una usurpación, una apropiación de una identidad que, obviamente, no se tiene, y que al asumirla en el ámbito que se quiera sólo sirve para acceder a recursos, créditos y beneficios, y hasta cargos públicos para los que no se tiene autoridad en el más preciso sentido de esta palabra.

Adelanto lo obvio: lo que he escrito es una visión amplia al servicio de una interpretación de la desmesura de González Tachiquín para aspirar a dirigir la más antigua universidad del estado: la UACH, institución víctima del duartismo de la que él fue victimario. En esa línea hay desde flagrantes violaciones a la autonomía; injerencismo, como aquel que se dio en la Facultad de Contaduría y Administración cuando se echó a la calle a Alfredo de la Torre, a ese otro aspirante en entredicho; suspensiones de clases por tiempos gélidos, aunque muy calientes por los 43 de Ayotzinapa; una reforma pensionaria que no ha dejado conforme a trabajadores académicos y administrativos, y el empleo de la institución para la defensa más miserable de César Duarte cuando se abrió el escándalo Unión Progreso y orquestó un desplegado llamado a figurar en los anales de la infamia. Bastaría todo eso para que en ejercicio de una brizna de autocontención, Marcelo González Tachiquín optara por un ostracismo voluntario y discreto que, alimentado del tiempo, quizá le podría prodigar un regreso maculado, sin duda, pero con el beneficio de generosas y a fin de cuentas inmerecidas amnistías.

Su misma carrera lo hace impresentable. Es una especie de milusos que lo mismo ha sido efímero diputado federal, secretario de alguna “líder” campesina, de esas que en mi tiempo llamaban nylon, que secretario particular del tirano Duarte, director de Pensiones Civiles del Estado, Secretario de Educación (con todo y su Plan Villa y las miles de orquestas que ya deberían estar musicalizando el ambiente por todo el estado con fanfarrias post 5 de junio), aspirante a la frustrada minigubernatura de dos años, fracasado disidente priísta que no nos ha dado cuenta de sus paseos por los Campos Elíseos de París al lado del jefe Duarte y, en esa línea, algunas cosas más que ya omito porque se me va a considerar su biógrafo no autorizado.

En realidad cabe una pregunta: con un pasado así, ¿es dable a un hombre aspirar a dirigir una universidad que hace modestos esfuerzos por salir de la postración? Creo que por elemental pudor, el autocontrol debiera marcar las fronteras que la decencia dicta.

A cualquiera que se pregunte en el Chihuahua de hoy sobre su futuro, afirma que hay que desmontar al duartismo, no reinstalarlo, como pretende este político laboralmente polivalente. Pero no, eso no está en su manual político, ya que en su lugar sólo existen ambiciones y proyectos de poder. Y que lo demás se lo lleve el diablo.

González Tachiquín, para proponerse su avieso proyecto, ha incurrido en el robo de identidad, porque si un extranjero llegara a Chihuahua (como aquel persa que narra Montesquieu, que se trasladó a Europa) opinaría que su discurso es magnífico: trata a sus compañeros de colegas, se hermana con los conserjes, reparte los tiempos completos de manera escrupulosa y meritoria, acaba con las odiosas y altas cuotas y, ¡oh, demagogia de demagogias!, hasta logra rankear en muy buen lugar a la UACH en el contexto de la universidad latinoamericana. En otras palabras, vende una mercancía que sólo los que no lo conocen incautamente comprarían. Dicho de otro modo, González Tachiquín sacó de su clóset político la máscara de Vasconcelos o Barros Sierra. Pero nadie puede creer esto, menos cuando él está inmerso en la reacción estamental para mantener a la UACH como un baluarte del PRI.

Para nuestra fortuna, y ya que el doctor Marcelo es erudito, le recuerdo que para la dicha de Occidente, los griegos derrotaron a los persas en el desfiladero de las Termópilas. Y aán mejor, le refresco una frase de Molière sobre el Tartufo, que viste bien al huésped de esta columna:

“Tartufo conoce a quien engaña, aprovechase ofuscándole con cien apariencias y con su hipocresía le saca sumas a toda hora, adquiriendo además el derecho de censurarnos a todos”.

 

La diputada electa panista, Lily Ibarra, la Madame Pernelle de la comedia

En campaña.
En campaña.

A través de su cuenta en Facebook, la diputada electa del PAN, Lily Ibarra Juárez, publicó un pequeño texto que no tiene desperdicio por su impertinencia. Va jaspeado con comentarios –y correcciones ortográficas– de esta columna:

“Les diré algo: hay que reconocer a ciertas personas (contadas con una sola mano) que trabajaron muy bien durante la administración que gracias a Dios está por concluir; uno de ellos es mi amigo Marcelo González Tachiquín, así como el Lic. Fidel Pérez Romero. (Menos mal que sólo son ciertas personas, porque al parecer desconoce a las inciertas, a las que obedecían lacayunamente las muy ciertas. ¡Oh, dios, ¿dónde quedó la soberanía popular?!).

“Periodísticamente los seguí muy de cerca, a grado que vi su trabajo dedicado a mejorar el sistema educativo, así como el laboral, cada quien en su secretaría; en muchas ocasiones hicieron cosas importantes aun en contra de las órdenes del Rata Mayor”. (Seguramente no se trata del nuevo periodismo, sino de ese anquilosado que usa anteojeras para no investigar nada; y si bien no hay fenómenos químicamente puros, la amalgama de sus amigos con Duarte es del tipo de las que ni dios puede separar).

“Yo le daría un voto de confianza a Marcelo, (sic, con moción de obediencia parlamentaria), también considero que podría ser manipulado por el PRI, partido al cual pertenece. Si él renunciara al partido mas corrupto del país, tendría sin dudarlo mas certeza en darle ese voto de confianza, (moción de orden, diputada, ¿en qué fracción milita?). En fin, ahora sí que la suerte y la Democracia lo acompañe.

Suerte Marcelo. Que sea lo que Dios quiera para lo mejor de nuestro estado. (sic marceliano que añora a Serrano y olvida al mismísimo y terrible dios del Antiguo Testamento).

La creyente diputada debiera estudiar mejor las plagas de Egipto que se abatieron sobre Chihuahua y que ella, periodísticamente, siguió muy de cerca, aunque no vio las langostas mayores. (Sólo nos reconforta que tiene manos de cinco dedos. Como dice El Perro Bermúdez: ¡Uff!, ¡uff! y re-con-tra ¡uff! Para qué invocar a Kapuscinski).