Que PRI y PAN hayan mantenido el control de los sindicatos por el estado y los capitalistas, suena más que lógico y natural. La historia lo confirma largamente en el caso del primero, a casi un siglo de control sobre los trabajadores; los doce años de Fox y Calderón lo único que hicieron es continuar la senda marcada. Pero, que lo haga un gobierno que se autocalifica de izquierda, es otra cosa.
La izquierda democrática en México durante muchos años buscó la autonomía de los sindicatos y el despliegue libre y no corporativo de los asalariados para que reivindicaran sus derechos, por una parte; y por otra, que tomaran sus decisiones políticas de manera libre, tanto para elegir a sus dirigentes, cuanto por la decisión estratégica de sus políticas reivindicativas y en torno al poder.
Durante muchos años, las izquierdas mexicanas se batieron contra el charrismo sindical representado por negros personajes del tipo de Fidel Velázquez, Napoleón Gómez Sada, Carlos Jongitud Barrios, Luis Gómez Z, y lo hicieron instalados al seno mismo de los trabajadores. El tema central era buscar la autonomía de los mismos, pues se sabía que lo que no hagan ellos por sí mismos, no lo haría nadie.
El dominio del PRI durante muchos años se fincó en el control corporativo del sindicalismo y había que extirparlo para poder sostener válidamente la existencia de un régimen democrático. Ciertamente los charros de ahora, ya no son los de entonces; mucho han cambiado en este renglón las relaciones políticas en el país. Pero mientras subsistan los líderes postizos que sólo sirven a sus propios intereses de camarilla, a los empresarios y en general a los capitalistas, las cosas no irán bien para los trabajadores en ningún aspecto.
López Obrador no es la excepción, se comporta igual que sus antiguos compañeros de partido en el PRI, y también igual a los gobiernos presidenciales del PAN: sostiene un régimen de control que se puso de manifiesto el día de ayer, cuando les organizó en Palacio Nacional una suculenta comida a la que asistieron, sin pretender enumerarlos a todos, Carlos Aceves del Olmo, de la CTM; Ricardo Aldana, del Sindicato Petrolero; Isaías González Cuevas, de la CROC; Francisco Hernández Juárez, del Sindicato de Telefonistas, con 47 años en el cargo; y en la misma mesa presidencial se puso una silla para Napoleón Gómez Urrutia, senador de MORENA e hijo del antiguo líder charro minero, Napoleón Gómez Sada.
Así transcurrió el Día del Trabajo en la capital de la república, convivios, compromisos ancestrales, renovado charrismo, y todo bajo la batuta de un presidente que se dice de izquierda, que no lo es, y actúa igual que en su tiempo lo hicieron lo más detestables priístas y panistas. El prian que tanto desprecian.
Aquí sí que podemos decir que hay vino viejo en viejos odres.