Se debe al ingenio inglés la metáfora del elefante en la habitación. Duarte lo es, y la gobernadora no sabe ya qué hacer con él. Entre tanto, el fiscal general se compadece.

Sin duda es una realidad que tenemos enfrente y con muchas aristas. La primera, que la lucha anticorrupción no ha logrado tener la hondura que Unión Ciudadana le imprimió en el mejor de sus momentos, cuando combatió frontalmente al duartismo prohijado por el peñanietismo.

Fue tan porosa esa corrupción que alcanzó, en poco tiempo, en las relaciones de poder que llegaron al resultado adverso de la elección de la actual gobernadora, manchada por las prebendas que recibió y por las cuales está vinculada a un proceso penal, interrumpido sólo por la traba de su fuero constitucional.

A esta circunstancia se añadió, complementariamente, la impericia y oportunismo del gobierno de Javier Corral y Gustavo Madero, que asumieron el combate a la impunidad como un instrumento para consolidar espacios de poder, personales incluso. Pero sobre todo, está la ausencia de que impere el derecho y funcionen las instituciones, ausencias ambas que lastran la vida pública de Chihuahua. Sí, lo afirmo sin duda, porque la denuncia penal de septiembre de 2014 no ha tenido curso ni ante el gobierno federal, y mucho menos en el del estado; y si no lo tuvo durante el quinquenio corralista, es de ilusos pensar que sí lo tenga hoy.

En el fondo está el compromiso del actual gobierno con César Duarte, y ese compromiso se concretó en la coalición electoral con el PRI, que ahora cogobierna en Chihuahua, desde donde se ha patrocinado generar un ambiente colectivo de piedad hacia el corrupto Duarte y sus cómplices.

Estos se dividen en tres franjas: los que, cobijados por el maruquismo, claman por su reivindicación personal (Jesús Esparza, Marcelo González Tachiquín, Alejandro Villarreal, entre otros); el protegido de Javier Corral, Jaime Ramón Herrera Corral, que los traicionó a todos y hoy se pasea por Chihuahua como Pedro por su casa; y los que, ubicados en la tercera franja, tienen que ver con personajes que han pasado a mejor vida: Carlos Hermosillo Arteaga y Antonio Tarín García.

Un último ángulo, quizás el más áspero, es el propio César Duarte, que ha devenido en un exgobernador muy cobrón. Exige que le cumplan, otorgándole su libertad, o de lo contrario…

A tal grado llega esto que se ha montado la simulación de que es el más exigente para que la justicia actúe con celeridad en su propia causa. Ya se le olvidó que le ofreció a los chihuahuenses radicarse en Parral luego de finalizar su gobierno, como también “desconoce” que se sustrajo al brazo de la justicia huyendo a los Estados Unidos, donde fue capturado y de donde se le extraditó para ponerlo ante un juez aquí en Chihuahua y por un ínfimo delito, si comparamos lo que robó con lo que se sustancia en el expediente por peculado agravado.

Duarte se ostenta enfermo para salir a hospitales de lujo. Entiendo como una obviedad que ya no soporta el encierro, a pesar de los privilegios que, se sabe, goza en el Cereso de Aquiles Serdán. Pero van en proporción inversa al placer que le causó ejercer una tiranía despótica y enriquecerse a ciencia y paciencia. Eran los tiempos del poder para poder. Pero además, los tiempos en los que César Jáuregui, María Eugenia Campos y Mario Vázquez simulaban ser una oposición panista, donde la hoy gobernadora era la voz en la Comisión de Auditoría y Fiscalización, voz muda, complaciente y cómplice.

Todo eso es la letra de cambio que tiene César Duarte en su poder y hoy quiere cobrarlo al altísimo precio de un juicio ejecutivo, a modo, que le permita hasta designar qué juez debe procesarlo, al alimón que objeta la pericia de un cardiólogo que desmintió en tribunales el evento de su infarto, técnica y científicamente demostrable, cuando en verdad exista.

Duarte no va solo, lo acompaña una caterva de abogados a sueldo, a pesar de que en un principio dijo carecer de recursos, y desde luego la gran apertura de las páginas de los periódicos de Osvaldo Rodríguez Borunda. Y lo que sabe, que también está tras bambalinas.

Encontramos la conjugación de estos elementos para afirmar que Maru no sabe qué hacer con Duarte. Tiene un elefante en su cuarto, como reza la metáfora a la que me refería, es decir, un problema obvio que todos conocen y perciben, pero que nadie está dispuesto a hablar de ello o le dan la vuelta. Quizás Maru decida no hablar del asunto, pero el elefante ahí está, y barrita tan fuerte que se oye hasta afuera.