La reciente publicación de varios audios en los que se escucha una conversación, centralmente entre Víctor Quintana y Luz Estela “Lucha” Castro, donde discuten estrategias para descarrilar la candidatura de María Eugenia Campos Galván, revela, en principio, los niveles en los que se mueve la política manejada desde el poder. 

Al mismo tiempo desnuda la orfandad y vulnerabilidad en la que se encuentra la ciudadanía frente a decisiones que se toman en las cúpulas del círculo rojo con la única pretensión de reeditarse, privilegiadamente, en el usufructo de las prerrogativas, no sólo económicas, que devienen con la toma del poder por el poder mismo.

Lo que ocurre en esas conversaciones es un retrato del momento: en un flanco se tiene a una candidata panista vinculada corruptamente al duartismo, que también aspira a reproducir los males de la política tradicional y que, desde la ultraderecha, desea mantener los vicios de antaño, en complicidad con los dueños del dinero en Chihuahua; en otro frente está el grupo donde orbitan, entre otros, personajes como Víctor Quintana y Luz Estela Castro, quienes bajo una supuesta redención social se delatan como viejos operadores del corralismo que, mermado y todo, pretende ilusamente, como un pulpo, mover sus tentáculos entre otros candidatos y otros partidos, incluido MORENA, y Movimiento Ciudadano que, tal parece, se ha convertido en casa de los desahucios panistas.

Esta fuga de panistas tiene que ver con las malas artes de Corral para tratar de hacer valer la justicia –su justicia– en tiempo y forma, pero sobre todo, contra los de su mismo partido. Javier Corral es, hoy por hoy, el malquerido del panismo, que ve cómo crece la figura de su candidata mientras más latigazos le asestan desde el Palacio de Gobierno, y también, ahora se sabe, desde Barcelona. Por eso el gobernador ya tiene la puerta abierta en MC, y si MORENA lo permite, también en la suya.

Sin embargo, a quien nadie toma en cuenta es a esta sociedad acribillada, colocada en el fuego cruzado de dos bandos perfectamente identificados, a pesar de la mezcolanza de sus membretes, que se descobijan y muestran todas sus cartas en la emergencia electoral que atravesamos.

Lo que cada quién opine sobre la pobreza o falibilidad de las estrategias que Quintana y Castro discuten en esas grabaciones es muy respetable. Lo importante es que nos damos cuenta, una vez más, cómo se mueven los hilos del poder entre los grupos que hoy lo tienen pero que quieren conservarlo a toda costa.

Dichos audios, aunque son extractos de una supuesta conferencia a través de un programa de reuniones virtuales, no carecen de valor por la trascendencia de lo que ahí se platica. No es lo menos importante el modo en que llegaron a oídos de la población, pero tampoco se trata de aniquilar al mensajero, porque la miga del mensaje es lo verdaderamente importante, por no decir preocupante.

En realidad, todos estamos expuestos a este tipo de espionaje, pero preocupa que ahora la política se reduzca a eso. 

No soy profeta para decir lo que sobrevendrá a todo esto. Lo único cierto es que en tiempos de pandemia y confinamiento, aunque el semáforo diga lo contrario, este síntoma se puede tornar en la enfermedad misma, a la vista de un proceso electoral digitalizado en el que se puede privilegiar el escándalo, antes que el debate abierto de proyectos y posicionamientos en relación a la disputa que viene. Y de ser cierto esto, quienes perderán serán las y los ciudadanos, los grandes olvidados de esta democracia colapsada.

¡Qué miserias!