En la influyente columna digital de Luis Froylán Castañeda se examinó hoy el diferendo de Javier Corral y María Eugenia Campos Galván. Como siempre, apunta aspectos interesantes, críticos y apegados a esa racionalidad que se supone debe imperar en el ejercicio del poder y la praxis política. Empero, dice que persecuciones entre los miembros de un mismo partido eran exclusivas del PRI y ahora de MORENA. Sin negar que son proverbiales las que en estas organizaciones acontecen, las que existen en el PAN tienen la misma intensidad, salvo que se tiñen con un color diferente, a veces imperceptible porque tienen cierta novedad. 

Estas pugnas al seno de la derecha política encarnada en el PAN se hacen bajo el estilo muy católico: “a dios rogando y con el mazo dando”. Si alguien piensa que ahí hay fraternidad, altura de miras que se sobreponen a la facciosidad, el encono y la pugnacidad, es porque no le ha dado el golpe al asunto o simplemente no ha palpado de cerca el problema. 

Baste ver las pugnas al interior del largo quehacer político de los adherentes a un catolicismo acendrado. O acaso ya olvidamos, por irme muy atrás, al mundo de la intriga de los tiempos del cardenal Richelieu y su sucesor, también purpurado, Mazarino, que cambiando lo que haya que cambiar, se ha reproducido una y otra vez en ambientes de ese corte. En la tradición católica está la lucha de güelfos y gibelinos, con dagas y venenos

En esa tradición, victimizarse es una regla y también olvidarse de los recomendación, por ejemplo, de Mazarino, que apuntó: “Toma nota de cada uno de tus defectos para tenerlos siempre en mente y poder ejercer sobre ti una vigilancia estrecha”, cosa tan difícil en Corral, pues tendría que ocupar muchos cuadernos, y si lleva diario, muchas páginas del mismo. Y es que unos y otros jamás toman en cuenta la advertencia de Traiano Boccalini: “… el deseo de dominar es un demonio que no se ahuyenta con agua bendita…”. 

Así las cosas, la conclusión es que cuando está de por medio el ánimo de dominar, el encono aparece en primera línea, soterrado e hipócrita en unos casos, y tosco en otros, sobre todo en aquellos casos como el de Corral, realizados con tal impericia que de acuerdo a la teoría de los juegos, es de perder-perder. Pero, allá ellos.