Maru Campos no puede vivir sin disfrutar los cerezos de Washington en invierno, y mucho menos los plátanos de París. De nuevo, la gobernadora de Chihuahua reitera su vocación turística por lugares altamente gratificantes por todo lo que los mismos contienen, más si se trata de capitales imperiales o de pasado imperial. Inocente no es, sabe a dónde viajar en la temporada correcta, pero sobre todo cuando es con cargo al erario, con séquito incluido y, porqué no, hasta con encuentros de “coincidencia”.
Afuera del Palacio de Gobierno se escucha: ¡No te acabes, Chihuahua!, que ha tenido que soportar la depredación y el parasitismo de una clase política que vive del oropel; con decirles que hasta César Duarte también fue a París, en otra “coincidencia” de inversión, pero regresó con cabello nuevo gracias a unos transplantes galos y reconciliado con su subordinado, cenecista y dilecto amigo, Marcelo González Tachiquín.
Banderas y pretextos para viajar jamás faltarán. Ahora se anuncia que en el corazón de este periplo está la industria aeroespacial, como podrían estar a la venta cuadros impresionistas, paseos románticos por el Sena, y de ninguna manera creo que esté en su agenda recordar las guillotinas robesperianas a través de la promoción de doctorados en historia de la Revolución francesa.
Una cosa le debe quedar claro a todos los chihuahuenses: las grandes corporaciones y empresas globales, sean de Japón, Estados Unidos, Inglaterra o Alemania, programan con mucha antelación sus planes de expansión, sus inversiones. Si algo no se les puede recriminar es que no planeen suficientemente sus decisiones; ellos no improvisan, como para pensar que una gobernadora de una región de México, acompañada de Manque Granados Trespalacios, va a reorientar las inversiones hacia la entidad.
Lo que vendrá, llegará, y con la actitud gubernamental lo único que se pierde, y es lo que más falta hace, son recursos públicos que caen en el dispendio de este turismo burocrático y nefasto.
Pero todo puede suceder: ya ven que llegó la golondrina y su príncipe, ahora podríamos tener la certeza de que, en efecto, las cigüeñas vienen de París.