Los que no hace mucho aparentaban promover la conducción política del país con seriedad ahora enseñan el cobre y revelan que en realidad siempre se trató para ellos de un circo que había que mantener a flote para la mejor distracción de los mexicanos. El bochornoso espectáculo de esta nueva tragicomedia tiene su epicentro en Chihuahua, pero es de dimensiones nacionales y, a decir de los hechos, también internacionales.

El exsecretario de Gobernación de Enrique Peña Nieto, el inefable Alfonso Navarrete Prida reaccionó como maraquero (con respeto a los maraqueros que sí satisfacen al pueblo) tras las revelaciones del testigo protegido del gobierno corralista, Jaime Herrera, publicadas hace unos días en la Corte del Distrito de Florida en la que avanza el proceso de extradición de César Duarte. Tales declaraciones, como trascendió ayer a través del periódico Reforma, fueron hechas por Herrera apenas el pasado 25 de mayo ante la Fiscalía General del Estado de Chihuahua y en ellas afirma que el entonces titular de la SEGOB en la etapa de Peña Nieto lo citó en la sede de esa dependencia, el 6 de febrero de 2018, para presionarlo a que se retractara de hacer revelaciones y ofrecerle, vía la extinta PGR, un criterio de oportunidad.

Ni tardo ni perezoso, Navarrete Prida negó las acusaciones muy al estilo foxiano: “¡Ni mangos!”, “¡Yo porqué!”, “¡Yo no era Ministerio Público!”. Sólo le faltó el infantil “yo no fui, fue Teté”. En su reacción dijo que en realidad Herrera le había solicitado la entrevista, y como San Pedro, el amiguis de Jesús el Nazareno, literalmente afirmó que en ese entonces “ni lo conocía”, lo cual es muy extraño en un secretario de Gobernación cuya función es, precisamente, atender la política interna del país. Y más raro aún es que sí se haya acordado de lo que le dijo: recomendarle que se acogiera a ese criterio de oportunidad en la PGR “y dijera la verdad, porque delito hay; eso no veo cómo se te pueda quitar (…) sí desviaste recursos públicos”. Pensando en grande, tales afirmaciones podrían, si las autoridades actúan en consecuencia, generarle alguna visita del orden judicial a este exfuncionario federal.

Como ocurre en pleitos de correligionarios es probable que broten algunas verdades a medias. Sólo por conjeturar, tal vez sea cierto que Navarrete no conocía a Herrera, dado el nivel de compromiso que estilan los secretarios de Gobernación más allá del contacto y la diplomacia con los gobernadores. Por otro lado, es conocido el carácter “nervioso” de Jaime Herrera y puede que también sea cierto que este buscó a Navarrete Prida y no al revés. Porque así actúan los soplones: temerosos, cobardes en última instancia.

Pero con esa elemental negación Navarrete Prida seguramente pretendía dos cosas: acorralar a Herrera y, una vez en manos de la PGR, asfixiarlo, usarlo como el tirador solitario hasta que hiciera mutis y no destapara la cloaca en la que buena parte de esa administración estaba inmerso. Es decir, si Herrera hubiera aceptado, la PGR de Peña Nieto hubiera tenido todo el control. 

Pero Herrera se “acorraló” de otro modo: aceptó la oferta de protección del gobernador panista de Chihuahua y sólo así empezó a soltar la sopa. Sin embargo la relación de Corral y Navarrete Prida genera incertidumbres pues todo indicaba que algún acuerdo tuvieron en enero de 2018, tras la caravana encabezada por Corral en la que exigía la entrega de recursos por parte del gobierno federal a la entidad. A finales de ese año terminaron enemistados a propósito de la disputa por Alejandro Gutiérrez, apodado “La Coneja”, el ex secretario del PRI a quien finalmente la federación logró arrebatar para que no hablara más sobre los desvíos millonarios del erario en el gobierno de Duarte a las campañas del tricolor. 

Ante los embates de Navarrete, Corral prometió, sin cumplirlo hasta donde se sabe, romper la discreción que debía guardar sobre las conversaciones y negociaciones sostenidas con el funcionario: “Me está relevando de esa obligación que yo tengo de discreción de nuestras, no sólo conversaciones, sino de estos hechos que tenemos documentados”, dijo en una entrevista con Carmen Aristegui. Y sólo hasta ahora, a instancias de la Corte de Miami, han trascendido las supuestas presiones de Navarrete y su involucramiento en el escándalo de corrupción más notorio ocurrido en Chihuahua. 

En aquella entrevista con Aristegui, en noviembre de 2018, dentro de su insensatez Corral afirmó algo sensato pero que todo mundo sabía de antaño con certeza: “Sostengo que en la protección a Duarte se están protegiendo a sí mismos”.

A final de cuentas es un pleito entre ladrones. Herrera es el “soplón que los había denunciado”, como se narra en un viejo corrido de Los Tigres del Norte. Lo cierto es que Herrera se les fue de las manos a los del PRI-Peña Nieto y optó por el beneficio de oportunidad con Corral. La pregunta que asalta aquí es porqué, bajo qué condiciones, y si estas eran más favorables que las ofrecidas por el peñanietismo. Quizá fue por las amenazas que dijo haber recibido de Peña Nieto vía la PGR, por conducto de Navarrete e incluso por parte del mismo Duarte, para acusarlo (“sí desviaste recursos”) detenerlo y callarlo o controlarlo. ¿Qué tanto le ofreció Corral? ¿Peña Nieto lo hubiera hundido (eliminado) para que no abriera más la boca, como lo hace hoy Lozoya?

Para Corral, Herrera es el único elemento efectivo con el que armó los procesos penales en una primera etapa . Si no tuviera a Herrera no estaría preso Duarte, a menos que la 4T y Gertz Manero hubieran hecho efectiva la primera denuncia de septiembre de 2014, aunque es evidente que la 4T de todas formas, a su modo, iba a actuar.

Las amenazas del peñaniestismo priísta a Herrera no lo purifican. Tampoco lo convierten (nunca lo ha sido) en un “chivo expiatorio”, porque la culpabilidad ha de ser manifiesta si se acoge a un criterio de oportunidad. Al contrario, con esas acciones Jaime Herrera revela su grado de culpabilidad en el desvío de recursos y desnuda las características corruptas de las “lealtades” que se profesan este tipo de criminales durante y después del saqueo. Porque del tamaño de su miedo es el tamaño de su culpa.