No porque al llegar a viejos (when I’m sixty four), como en una profecía, se nos iba a caer el pelo, como suele sucederle a no pocos, a nuestra generación se le llamó Baby Boomers. Somos los nacidos durante la posguerra, entre 1945 y principios de la década siguiente.

De allá venimos, de por allá llegó Manuel Flores Madrigal, que hace 70 años vino a formar parte de un tiempo que preocupa por incierto, pero maravilloso por todo lo que encierra de promesa para la elevación del espíritu humano.

Hablo lo mismo de ciencia y tecnología que de filosofía y humanidades. Aquí estamos con mucho cariño y respeto, la familia y los amigos como una sólida unidad.

Con el tiempo fijamos la memoria de lo que nos es propio en nuestras vidas y también de lo que compartimos en común. El reloj de sol es, quizás, el más viejo; el de arena nos acostumbró a ver en el tiempo algo que transcurre, que fluye y pasa.

Hay clepsidras, máquinas que guardan caprichosas contabilidades hechas de horas minutos y segundos, y en la era digital relojes y calendarios los vemos por todas partes, de tal manera que Cronos está con nosotros de manera permanente y tatuado en nuestra piel, corazón y cerebro. Ahí veo a Manuel.

Ya no preciso ahora, como antaño, quién hizo del tiempo un inquietante problema filosófico y lo que me queda como duda, hoy que profeso como nunca el escepticismo metódico, es que el tiempo se nos muestra inescrutable; poco podemos saber de él y menos averiguarlo.

Entre un pasado que no existe y un futuro que es mera posibilidad, el presente es una efímera bisagra que nos une, o como dijo un pensador: el presente es la coordenada cero.

Caminar por estos temas pareciera que ahora nos aleja del motivo de esta fraterna comunión: regocijarnos por los 70 años de nuestro querido Manuel Flores Madrigal. No es así.

Manuel Flores.

Podemos regresar al pasado valiéndonos de la memoria, aunque nos digan que el pasado no existe. Ahí retornamos para recordar a nuestros mayores, que nos dieron vida y brindaron oportunidades.

Tú lo sabes, Manuel: hay lugares, momentos, familiares y amigos (there are places to remember) que siempre recordarás y todos nosotros contigo. Podría ser vasto en menciones, pero todos los aquí reunidos llevamos un íntimo registro y, además, lo compartimos a menudo, con alegría las más de las veces. Y también con su cara opuesta, la tristeza por las ausencias que el tiempo derruyó.

A mí no me es dado el más completo recuerdo de Manuel en el transcurso de sus siete décadas de vida. Pero sí traer, como jeroglíficos, si se quiere, esos recuerdos generacionales que trabaron vidas que fueron convergentes en espacios aparentemente distanciados. Nada más falso.

Los Baby Boomers por distintos caminos cambiaron al mundo. En este frase no hay vanidad porque al pronunciarla se pudo evitar la partida doble y reconocer como cierto que hay Debe y hay Haber.

Sólo quiero recordar que entonces se inauguró una nueva forma de querer y amar, en la que la música y la poesía se dieron la mano en el torbellino de una juventud que llegó para quedarse; y tú, Manuel, formas parte de esa legión.

Resultaron más explosivos en aquel tiempo los grupos de rock que la bomba de hidrógeno. De Liverpool llegó un cuarteto que sacudió al mundo y atrapó a nuestro festejado, y ya no lo soltó. Entonces inició a caminar un largo y sinuoso camino (long and winding road) exigiendo que los dejaran ser (let it be) y hasta soñamos con campos de fresas (strawberry fields), sumbarinos amarillos (yellow submarines) y guitarras gentilmente lloronas (guitar gently weaps), inspiradas por locos que se pertrechaban en las colinas (fool in the hill).

Con intensidad similar, perdonen que lo recuerde, viví esos momentos, pero más en la búsqueda de la utopía a la que me adherí (imagine all the people sharing all the world) y que tenía que retar y desde luego rebatir al mismísimo periódico Pravda cuando dictó:

“El roncanrol tiene derecho a existir, pero sólo si es melodioso, coherente, y se interpreta de manera adecuada”.

¡Válgame! En aquel tiempo hasta exclamé: “¡Por dios!”.

Lo que quiero resaltar es el sentido de una época en la que vivió Manuel, nuestro cumpleañero.

Que el reloj no se detenga y nos embriague con su tiempo. Lo primero es difícil, por no decir imposible; lo segundo sucede, pero que no nos engañe.

Iniciada la faena generacional, en enero de 1969 en la corporación Apple y en una azotea sencilla y policías vigilantes, brotó el último concierto con Don’t let me down, y una erótica y estética rodaron por todo el mundo, y su marcha no ha sido detenida porque en casas como esta, como una especie de catacumba promisoria, se atiza este fuego y se practica este rito de manera tenaz y fiel.

Escuchándola en tiempo memorable, les puedo decir, Manuel, a tu esposa Paty Elizondo, y a tu hija Paty Flores, que hay amores que no tienen pasado, porque alientan el futuro deletreado por la imaginación profunda.

Por la comunión de este momento. ¡Salud!


(Brindis por Manuel Flores, con motivo de sus 70 años)