
Proteccionismo arancelario en la obra de Marx y Engels
Hoy muy temprano leí la columna de Enrique Quintana en El Financiero. Su artículo, moderado e inteligente como ya es habitual, aborda el tema de las falacias de los aranceles de Donald Trump. En el primer párrafo se alude a este problema que ahora nos parece novísimo pero que tiene su propia historia y se remonta al siglo XIX, cuando menos.
Emplear la historia de la economía para explicarnos acontecimientos actuales, siempre tendrá su dosis de dificultad, ya que los fenómenos económicos o políticos no se repiten exactamente iguales, como si el proceso fuera cíclico y tendiera a repetirse.
Enrique Quintana aborda en su columna la primera mentira: que el déficit comercial de los Estados Unidos es porque no cobra aranceles, lo que evidentemente es una falacia superlativa. La segunda es que las fábricas se fueron de los Estados Unidos y sólo pueden regresar si se dictan órdenes ejecutivas fijando aranceles a diestra y siniestra.
Una a una, cinco falacias son explicadas y rebatidas por el columnista, para concluir que “el proteccionismo suena tentador en tiempos de incertidumbre, pero sus promesas se desmoronan al primer contacto con la realidad. El déficit comercial tiene causas internas; las fábricas no se mudan con discursos, los servicios no son enemigos del desarrollo y los empleos no se recuperan con nostalgia”.
Al leer esto recordé mis viejas lecturas de Carlos Marx. El gran pensador alemán pronunció su famoso discurso sobre el problema de libre cambio un 9 de enero de 1848 en la Sociedad Democrática de Bruselas, para defender precisamente el libre cambio en relación obvia a la comercialización de bienes como alimentos, textiles, maquinaria, entre otros.
Marx hizo una defensa del libre cambio, que era una política típicamente de la expansión del capitalismo de aquel tiempo, pensando que la clase trabajadora tendría más posibilidades de realizar cambios en la sociedad, soportados en la fuerza de la clase obrera. El discurso, muy importante, al final quedó como un apéndice de un libro en el que el filósofo y economista alemán rebatió las ideas de Pierre-Joseph Proudhon.
Dejando atrás estas consideraciones de historia, llama la atención cómo las confrontaciones entre países (Inglaterra en primer orden) era cercano a la guerra real, no sólo a la comercial, y que en el fondo los capitalistas lo que buscaban era el “monopolio efectivo del comercio mundial”, dijo su compañero Engels (Karl Marx-Federico Engels, Escritos económicos menores. FCE, México, 1987).
El mismo Engels nos dice que “el sistema proteccionista constituye un sistema artificial para fabricar fabricantes”, y añade que “el problema de libre cambio y la protección arancelaria se mueve todo él dentro de los límites del actual sistema de producción capitalista, razón por la cual no tiene interés directo para los socialistas, que reclaman la abolición de este sistema”.
Todo esto lo dijo Engels glosando el brillante discurso de Marx que en su propio texto concluye que “el sistema proteccionista es hoy un sistema conservador, mientras que el sistema librecambista actúa destructivamente. Desintegra las nacionalidades anteriores y hace culminar el antagonismo entre el proletariado y la burguesía. En una palabra, el sistema de la libertad de comercio acelera la revolución social. Solamente en este sentido revolucionario emito yo, señores, mi voto a favor del libre cambio”.
Otros tiempos, otros problemas, otras soluciones. Pero en el fondo afloran verdades que hoy hay que tener en cuenta. En primer lugar, la carencia de una izquierda anticapitalista que aborde la situación actual con una perspectiva en contra del intervencionismo y la opresión del capitalismo imperial.
El parentesco que hay entre conservadurismo –en este caso el de Trump– con los dislates del proteccionismo que hoy estamos viendo y padeciendo, con decretos arancelarios en contra de un sinnúmero de países en el mundo, no es un fenómeno nuevo, sino que forma parte de un modelo capitalista que se considera triunfante en el planeta, y frente al cual los gobiernos están desarmados por una falta de visión profunda.
En este mismo sentido, la inexistencia de una izquierda que tenga una interpretación histórica de este fenómeno, le acarrea una debilidad estructural, lo que significa para naciones, pueblos enteros, productores rurales, asalariados, migrantes, el anuncio de que vendrán tiempos de mayor dominación, que los toman por sorpresa.
Enrique Quintana, cambiando lo que haya qué cambiar, coincide con Marx, aunque no se lo proponga, porque las falacias de entonces son las falacias de hoy.

