
Manuel Narváez: el recuerdo de los culpables
El escritor Manuel Narváez me obsequió con un par de novelas de su autoría. Son “Olvido para inocentes” y “El doble juego de la chica roja” y se trata, en su caso, del ejercicio de un género en calidad de ópera prima. Narváez da cuenta de una más de sus facetas de vida: político, parlamentario, periodista y practicante del buen humor, tan lejano en las caras de quienes viven y medran del poder.
En la práctica periodística, libera críticas conjugando un verbo muy mexicano: chacotear, burlarse como divertimento y carcajada. Eso es, al menos, un lenitivo contra la adversidad. Y vaya que lo es cuando convocó al Fiscal General del Estado César Jáuregui Moreno a la presentación pública de su novelística.
Hemos militado en frentes distintos y a un tiempo antagónicos y eso no ha sido obstáculo para converger y dialogar, de tarde en tarde, con tolerancia; en mi caso acompasado y en él con la pasión siempre presente del trópico cálido y húmedo de Tabasco y Veracruz y a ratos frecuentes —por este Chihuahua su tierra adoptiva— dictándose así mismo algo que extrae del erial chihuahuense, nuestra tierra baldía.
No me meteré en honduras para tratar de explicar —Lukács el olvidado en mano— el distanciamiento que el creador literario toma de su propia realidad, para huir o desilusionarse. En todo caso, encuentro en estas novelas de Narváez un ejercicio en el que escribir salda cuentas. No lo creo al extremo de la máxima latina que afirmó que el médico solo cura y la naturaleza sana.
Él, Manuel Narváez, sabe que la obra que nos entrega es cantera sobre la que debe pasar, más y más, el cincel empujado por el mazo y el arte del oficio.
Agradezco la deferencia de regalarme estas novelas y también, la tertulia involuntaria que escenificamos una tarde de viernes. Recuerden que el arte de la conversación se está perdiendo.
Gracias amigo.

