A Alejandro Gutiérrez sólo le faltó compararse con Nelson Mandela o terminar su autodefensa con la sacrosanta frase de “la historia me absolverá”. En realidad y lo afirmo con mi propia información, se trata de un pájaro de alta cuenta, como dicen en el argot propio de los bajos fondos, de la sociedad desde luego.

No obstante ser un roedor sin alas, sigue volando alto y por extraña razón dice –¿se confía a su poderío financiero?– que la justicia federal lo limpiará del todo. Hemos llegado a esa grotesca circunstancia precisamente por la impericia y descuido de Javier Corral y su fiscal César Augusto Peniche; de los funcionarios judiciales no hablo pues están a merced de la consigna que prohíja el actual presidente del Tribunal Superior de Justicia, Pablo Héctor González Villalobos. 

En conjunto han demeritado la lucha anticorrupción, la han convertido en una caricatura que los pone en el riesgo de quedar totalmente desprestigiados y faltos de la única pieza que les ha brindado  algo de legitimidad. Se comportan con una superficialidad indigna de un gobierno que ganó su elección precisamente denostando, con toda razón, a César Duarte, hoy prófugo de la justicia porque en su momento –hablo de los meses sucesivos a la elección de 2016– no se tomaron las audaces medidas que lo hubieran conducido a su caída anticipada y detención para enjuiciarlo y castigarlo. Esa es agua que pasó debajo del puente. 

La que sigue estancada, por el desatino mayor, es la muy pestilente protección de Jaime Ramón Herrera Corral que le recrimina –¡oh paradoja!– la mismísima “Coneja” desde su madriguera y acompañado de sus costosos abogados. 

Mientras el exsecretario de Hacienda no esté en prisión, sujeto a un debido proceso y haciendo devolución de los latrocinios duartistas, la operación corralista de justicia pende de un hilo que, de romperse, aniquilará al gobierno completo defenestrándolo.