En letras doradas, el Congreso del Estado fijó en los muros de su recinto una frase para recordar al movimiento estudiantil de 1968, decisión desde luego correcta para que forme parte del memorial que toda lucha democrática de alto calado tiene.

El discurso central estuvo a cargo del diputado Gustavo De la Rosa Hickerson y particularmente se detuvo en los seis puntos del pliego petitorio de aquel movimiento, expuestos de una manera más que apresurada.

Pero aún así se reconoce el gesto y se reivindica una histórica lucha de hace más de cincuenta años que cimbró los pilares del autoritarismo mexicano. Algunos ven en ese año el inicio de la transición a la democracia, una transición, por cierto, demasiado acompasada.

Pero hubo un detalle que le restó brillo: la presidenta del Congreso, la expriista Adriana Terrazas, se hizo presente a la hora de develar las letras doradas. En simultaneidad, la foto que se tomó de ese momento exalta por un lado un movimiento memorable y de otra parte la traición de quien ocupa una presidencia valiéndose de malas artes.

Ella debiera representar a su grupo parlamentario, pero fue impuesta por el PAN en una actitud profundamente antidemocrática, precisamente como aquellas que el movimiento del 68 cuestionó severamente por el daño que se causaba al país.

No cabe duda que el interés de la diputada presidenta es codearse como integrante de la clase política. Y así, lo que llegó como una buena iniciativa, quedó finalmente ensombrecida.