
La intempestiva renuncia al CILA de María Elena Giner
María Elena Giner, la representante de los Estados Unidos ante la Comisión Internacional de Límites y Aguas (CILA), “renunció” a su cargo, uno que tiene investidura diplomática para el mejor y ágil desempeño de nuestra vecindad demarcada por el Río Bravo, que es parte de nuestra frontera con la potencia imperial.
Formalmente la noticia se generó a partir de darse a conocer una posición unilateral de su renuncia, pero en diversos medios se han producido opiniones en el sentido de que era una pieza incómoda dentro del equipo de Donald Trump. A ciencia cierta, nunca sabremos si fue una renuncia espontánea o bajo presión.
Es obvio que México y Estados Unidos nombran de manera soberana a quienes ocupen el principal lugar en el órgano directivo del CILA, pero hay un claro mensaje que se significa en un cambio de ruta en el que probablemente los racistas texanos hayan presionado para llevar a ese cargo a otra persona más acorde a sus intereses exclusivistas.
Como suele suceder, la reacción oficial mexicana le restará importancia al suceso, pero no hay que perder de vista que es premonitorio de una agudización en las relaciones entre ambos países, ahora que Estados Unidos se ha puesto enérgico en el cobro de las aguas que le corresponden conforme al Tratado de 1944.
Tengo la idea de que este problema, más allá de la renuncia, no se puede dejar en nuestro país al simple resorte de la administración federal, agravado esto por el hecho de que muchos de los que combatían por el agua de las diversas cuencas han abandonado el movimiento social de campesinos y agricultores para pasarse al oficialismo, con cargos burocráticos o sin ellos, generando un vacío para respuestas de los dolientes por el problema del agua. Eso sucede cuando los “revolucionarios” –y no se diga los conservadores, como los maruquistas en Chihuahua– pasan a la nómina.
De cualquier manera las repercusiones nacionales de ese movimiento se dejarán sentir en una especie de nuevo trato, quiero decir, más agresivo o amenazante, de Donald Trump.
En realidad a la hora de hacer el balance de los últimos años, hemos visto que el gobierno, tanto local como federal, utilizan el problema de las aguas con fines pragmáticos y más aun electorales. Se habla de que hay infinidad de pozos clandestinos o amparados en permisos fraudulentos de CONAGUA en zonas vedadas, pero no se ha descubierto ninguno y muchos menos fincado responsabilidades. Se dice que hay que tecnificar sistemas de riego, pero tampoco se ven resultados tangibles.
Por último, se habla de una oligarquía nogalera que se beneficia de un uso excesivo del agua que se requiere en estas fincas, pero aquí sí que no hay absolutamente nada porque los intereses que están presentes son muy significativos en el plano económico y están mezclados con posiciones políticas y gubernamentales de larga data, y son un duro hueso de roer. No nos extrañaría que proliferen nogaleros morenistas.
Gobernar este problema implica conflicto, y en tiempos de oportunismo electoral, gobernantes y políticos actúan con suma cautela, mientras el problema crece.
Para dotar de mejor información a los lectores de esta columna, estamos preparando un estudio más profundo sobre el Tratado de Aguas de 1944, porque lejos estamos de ser expertos en tan complejo problema.

