Columna

De cómo inmortalizar a López Obrador

John Gray está sorprendiendo al mundo de la cultura con sus obras. En esta columna no ha mucho publiqué una reseña sobre Los nuevos leviatanes que causan turbulencia en la concepción del Estado contemporáneo. Se está convirtiendo en una prioridad su lectura y por eso la recomiendo (Editorial Sexto Piso, traducción de Carme Camps, México, 2014).

En esta entrega, sin pretender reseñar el libro, haré referencia a su sugestivo texto La comisión para la inmortalización (la ciencia y la extraña cruzada para burlar la muerte). A lo largo de sus páginas se investigan temas de magia, ciencia, de lo paranormal, la tradición de los psíquicos, la escritura automática, el espiritismo, conectándolo con la política en sus versiones teológicas y abundando hasta en los bolcheviques, de los cuales fue Vladimir Illich Lenin el fundador y jefe supremo.

La obra empieza por la noticia de que un ingeniero de la antigua y extinta Unión Soviética se propuso congelar el cadáver de Lenin para devolverlo a la vida cuando fuera científica y tecnológicamente posible, como se describe en calidad de carta de presentación en la cuarta de forros. Como se sabe a Lenin no lo congelaron, pero sí lo embalsamaron y lo colocaron al centro de la Plaza Roja, y se convirtió ese sitio en la Meca de muchos comunistas del mundo entero. Visitar Moscú y no hacer fila para ver a Lenin en su sarcófago era un rito similar al obligado para los musulmanes de asistir una vez en la vida a ese santuario.

Rebasando con humorismo la seriedad del libro de Gray, se describen diversos momentos y actores que han buscado, por distintos medios, vencer a la muerte. En otras palabras, que el hombre y la mujer jamás mueran, aunque la conclusión sea “como una utopía: un lugar donde nadie quiere vivir”.

El punto central es la búsqueda de la inmortalidad, y para lograrla se recapitulan medicina, dietas, inteligencia artificial, y desde luego los aspectos políticos.

Aquí en México López Obrador no ha muerto pero ya hay muchos que hablan de su inmortalidad. En parques, plazas públicas, calles y sobre todo en el discurso oficialista se le homenajea y se le rinde culto, y él, humildemente, se deja querer.

Es así porque él, incluso antes de iniciar su gobierno, afirmó que sería “el mejor presidente en la historia de México”, defenestrando a figuras como Benito Juárez, Francisco I. Madero o Lázaro Cárdenas, que fueron sobrios y terminaron sus vidas reconociéndole a la historia el juzgarlos desde un punto de vista humano y a través de los hechos, también de su pensamiento pero no en apuesta de corroborar inmortalidad alguna. En otras palabras, no se preembalsamaron como sucede hoy con el tabasqueño.