En lugar de gobernar, Javier Corral se ha tornado en denunciar. Y aunque esto podría parecer natural en un hombre que alguna vez fue oposición y contrapeso, los autoritarismos que hoy combate los pretende contrarrestar con… autoritarismo e intolerancia.

Y aunque también a él lo han denunciado permanentemente, de su parte pueden ser comprensibles las denuncias por represalias de Peña Nieto por sofocar financieramente al estado de Chihuahua; acusar que el hoy exprocurador federal Alberto Elías Beltrán conspiró para exculpar a Alejandro Gutiérrez, exsecretario del PRI, procesado por el desvío de 250 millones de pesos del erario; y sobre todo, que haya emprendido formalmente denuncias contra César Duarte, lo cual es, en realidad, un compromiso de campaña que, paradójicamente, no ha podido cumplir.

Sin embargo, para nadie es ajeno que Corral no escucha a sus críticos; los desprecia, si nos atenemos al carácter pasional que le endosó el fracasado secretario de Educación, Pablo Cuarón, y eso revela el poco colmillo político que le asiste. Pero es un despropósito enfrentar desde el primer día de gobierno a la prensa, manteniendo una relación de verdadero enfrentamiento en los casi tres años de administración. La postura se tornó en una verdadera hipocresía, pues finalmente el corralismo llegó a acuerdos publicitarios (económicos, se entiende) pero sólo con los medios que le resultaron afines en términos de apapacho discursivo.

El encono ha llegado con los del bando opuesto a tal grado que ante una acusación supuestamente “falsa” para él (presuntamente verdadera para el medio que lo publicó), que el gobernante ha decidido, con toda la víscera de por medio, emprender “uno de los juicios civiles más importantes que se hayan realizado en el estado de Chihuahua” en contra del pasquín digital denominado “La Opción”.

Al mismo tiempo es inocultable la degeneración de este medio, que creció económicamente a la sombra del duartismo, adulador entonces, pero que se tornó en “crítico” bajo el falso manto del periodismo, infame en formas y decadente en intenciones dotadas de un espíritu medianamente periodístico. En La Opción sólo caben los amigos y los enemigos, no los ciudadanos, no las personas; la mezquindad y el chantaje, no la crítica; el chisme, no la información, ya no digamos corroborada, sino maltrecha por el vértigo de la inmediatez. No está de más que este libelo mantiene una pugna permanente con la sintaxis y la ortografía.

Un notable poeta griego, Arquíloco, dijo: “El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una gran cosa”. Si a la luz de esta oscura frase vemos la disputa Corral versus La Opción, propiedad de Osbaldo Salvador, tendríamos que concluir que el primero no usó ni la astucia, ni el conocimiento, ni el callo en su oficio; en cambio el segundo tuvo la habilidad de clavar una de sus púas, y a partir de ahí logrará ser partícipe de lo que quizá nunca soñó: tomar parte en un “juicio histórico”, que para la aldea chihuahuense podrá serlo sin pasar de ahí. Se reconocen los contendientes que tienen la calidad de media cuchara en materia de litigio, por lo que la historicidad del caso no irá más allá de las propias malas anécdotas que algún día recopiló al que aquí le damos el carácter de erizo.

Los hombres del poder –y Corral es uno de ellos–, deben entender que una disputa de estas características siempre van a despertar la idea de que un fuerte trata de humillar a un débil. Quizás Corral no entienda la miga principal de este problema, porque sólo se ha ocupado de leer la colección de la revista La Nación y no las historias ya muy documentadas que hay sobre la literatura que se produce permanentemente de manera acrecentada en los momentos de cambio de régimen. 

Por ejemplo, descreo que haya leído la obra de Robert Darnton sobre los libros prohibidos antes de la Revolución francesa, o aquel otro en el que el mismo autor trata el arte de la calumnia, donde se puede leer una moraleja: “Entre más reprimas este tipo de ataques, más fuertes serán”. Y extraña esto porque si bien Corral no es el primer gobernador que previamente tuvo el oficio de periodista, sí fue periodista antes de ser un hombre con poder político; y vaya que también empleó su pluma muy afilada, cometiendo el pecado por el cual ahora le va a reclamar, con visos de “histórico”, a un medio por el cual en el solar no se da ni un céntimo. No se da cuenta, en el estado de ira e impulsividad en que anunció su demanda civil, que sólo va a abonar a la grandeza de quien jamás soñó en tenerla, al menos no de esta manera.

Para mí que, como dijo el rudo ejidatario con atuendo de zorro, allá por la Mesa del Huracán: “también vale rajarse”. Al fin que una púa de esas es inocua, pues como dice la conseja, “las palabras se toman de quien vienen”.