
De cafeterías, estacionamientos y precios por las nubes
En todo el mundo, pero especialmente en aquellos lugares donde se habla el francés, se sabe que el gran Honorato de Balzac –autor de La comedia humana– usaba el café como el mejor combustible para pasar en su estudio toda una noche escribiendo y enviar sus originales a la imprenta y, al despertarse, proceder a corregirlos.
Se debe al escritor uno de los elogios más fervorosos al café que paso a citar:
“El café desciende al estómago y entonces todo se pone en movimiento: las ideas avanzan como los batallones del gran ejército en el campo de batalla; empieza la pugna. Los recuerdos se aproximan, por decirlo así, a paso de carga, como los abanderados del desfile. La caballería ligera se desenvuelve en un magnífico galope. La artillería de la lógica acude ruidosamente con sus cureñas y cartuchos. Las ideas ingeniosas intervienen como tiradores en la pelea. Los personajes se caracterizan, el papel se cubre de tinta, empieza la batalla y termina entre torrentes negros, así como la verdadera batalla campal se ahoga en negra humareda de pólvora”
Gran elogio, desde luego cargado de recuerdos de guerras napoleónicas, que hoy se ve limitado, pero no deja de ser un gran reconocimiento a la aromática y enervante bebida.
Esta imagen no desearía ponerla en circulación hoy, dado que ahora no padecemos más guerra que la de Trump y sus aranceles, sin desconocer que el mundo arde en Ucrania y, sobre todo, en Gaza, ante la indolencia humana de muchos y no se diga de los opresores y jefes de estado.
Pero quisiera aterrizar de mejor manera estas líneas, y por mejor manera entiendo hasta realizar recomendaciones utilitarias: las cafeterías locales son extremadamente caras y en ocasiones de poca calidad. Si bien de gustos sería una necedad discutir, empezaría por señalar que la franquicia gringa Starbucks está a la cabeza de la mala calidad, pero vende estatus. Y luego, por desgracia, marca la ruta del mercado, porque se advierte que sería el modelo o paradigma a seguir por las cafeterías que han venido después. Pero unas y otras se lucen a la hora de fijar sus altos precios, y al respecto no hay normatividad alguna que los regule en beneficio y protección de los consumidores. Bienvenidas las cafeterías, pero ¡bájenle!
Al margen, y ya fuera de este comentario como cafetero (o cafesero, como marca la Real Academia de la Lengua), también se debe llevar un coscorrón la autoridad municipal porque hay estos contrasentidos y esto es un mero ejemplo de los muy recurrentes: asistes a un evento como el Réquiem de Mozart, celebrado en Catedral, pero no hay estacionamientos públicos porque cierran a las ocho de la noche, debido a que los propietarios se quieren ahorrar dos o tres horas extras de salarios a sus empleados, de tal manera que mientras se está escuchando el Réquiem y está viendo el reloj al mismo tiempo para salir corriendo al estacionamiento a mitad del evento.
Como pueden ver, ando algo mortificado, como muchos ciudadanos que interactúan con los servicios de una ciudad que se presume de primer nivel, pero que en realidad ni puede regular el precio de los expresos ni el horario de los estacionamientos. De los altos costos de las nuevas “barberías” hablaré después.
¡Carajo!

