Columna

Los de la Cuatroté, reformadores fracasados

En el Laberinto de la soledad, de Octavio Paz, texto fundamental publicado a mediados del siglo XX, el Premio Nobel de Literatura hizo un elogio a una tradición política mexicana. Dijo que en nuestro país había florecido un reformismo y una generación de espléndidos reformadores. Esas palabras a algunos les sonaron ríspidas porque fueron dichas en los tiempos en los que se hacía una apología a ultranza de la “vía revolucionaria” para cambiar o transformar la sociedad.

No quiero omitir que también hizo un elogio a reformadores rusos que se propusieron cambiar, con el zarismo imperante, el destino político de aquella sociedad. Si bien no traza un paralelismo entre México y el imperio zarista, sí deja constancia de su parecer, y es así porque cuando la obra se escribió, las únicas dos revoluciones “exitosas” eran la mexicana de 1910 y la rusa de 1917.

El mundo colonial mexicano, tras 250 años de dominación de la Casa de Austria instalada en la monarquía española, recibió un aliento reformador cuando asumieron el poder virreinal los borbones y quisieron cambiar el curso de lo que era la Nueva España. Fue un intento que colapsó porque nuestro país optó por iniciar una Independencia nacional y perfilarse en una transformación profunda que terminaba con largos años de colonialismo, que había intentado sepultar las culturas nativas.

Quizá fue un intento de reforma, que algunos postulan como precedente de la gran Reforma liberal que se desató con la Revolución de Ayutla, la liquidación del santanismo y la promulgación de la Constitución moderada de 1857. Terratenientes, clericales de diverso nivel, conservadores de última hora, no se resignaron a la derrota e impusieron un imperio de nuevo de la casa austriaca que fue derrotado bajo la dirección y liderazgo de Benito Juárez, quien promulgó nuevas reformas, como la nacionalización de los bienes del clero, la separación iglesia-estado, y todo un proceso de secularización de la vida pública que hizo posible el surgimiento de un Estado con ribetes modernos y contemporáneos al desarrollo de un capitalismo que iba creciendo en el mundo entero.

Hubo entonces, en la visión de Paz, audaces e inteligentes reformadores. Este rodeo histórico pretende servir de contraste al reformismo lopezobradorista que tanto presumen los seguidores de la Cuatroté. El ejemplo lo tenemos a la vista: el 5 de enero de 2024 el presidente López Obrador anunció en Querétaro un amplio racimo de reformas constitucionales. Se estaba a unos meses de la elección general. Sheinbaum resultó electa presidenta, pero no obtuvo la mayoría calificada para reformar la Constitución, poder que alcanzó con malas artes; y entonces, al vapor, se fueron dando una serie de cambios a la Constitución que han dejado mucho que desear, como lo hemos visto con la reforma judicial y su resultado actual.

Una reforma de ese calado necesitaba procesarse de una manera profunda e informada. Cualquier albazo legislativo, o la compra de un voto, como fue el del senador veracruzano Yunes, no servía a los fines de estructurar los cambios propuestos. Se legisló a contentillo, con soberbia, con venganza, pero sobre todo frente a una sociedad ausente que, ciertamente, está cansada de un sistema judicial divorciado de la gente y de quienes menos tienen.

El día en que aprobaron la reforma judicial.

Los resultados están a la vista: sí cambiaron el sentido de las leyes, la forma de elegir ministros, magistrados y jueces, pero lejos están de haber estructurado una reforma para que tengamos una justicia a la altura de la que el país requiere. Legislar al vapor generó, por ejemplo, la antinomia de reformar el artículo 94 de la Constitución para establecer que la presidencia de la Corte la ocupará por dos años y de manera progresiva quien haya obtenido más votos, dejando vivo el artículo 97, que en su redacción riñe con el 94 al establecer que el presidente se elegirá por 4 años y por los integrantes de la Suprema Corte, no por el resultado electoral.

¿Qué harán ahora? Sin duda ya estarán pensando en utilizar el sistema de la parchología que tanto cuestionó Porfirio Muñoz Ledo en los últimos años de su vida.

Tengo para mí que si Octavio Paz hubiera escrito el Laberinto de la soledad en estos días, no se habría enorgullecido de los reformadores ni de sus reformas. Quizás por esto Paz no sea de los bienqueridos de la Cuatroté.