Columna

César Duarte: Burla mata tirano

Es conocido el relato bíblico de cómo derrotó David a Goliath. Los tiranos, en su soberbia, se consideran imbatibles e inalcanzables por la ira que provocan en sus pueblos. Recuerdo esto para contar una historia de cómo unos cuantos, hombres y mujeres, emprendimos la lucha contra el déspota y arrogante César Duarte, quien se creía el César romano y llegó al gobierno del estado en 2010 con el encargo de saquearlo en ejercicio de una corrupción política que ya ha recibido la condena social, inapelable veredicto.

En 2014 el tirano aparecía como omnipotente y hasta se escuchó que uno de sus favoritos, Marcelo González Tachiquín, dijo que lo que no le perdonaban a César Duarte es que era el mejor gobernador habido en Chihuahua. Desde luego que emprender una lucha tan desigual, tropezaba con la ausencia de un conjunto social numeroso.

Duarte había logrado comprar prácticamente a todos (medios, partidos, organismos empresariales, artistas e intelectuales, iglesias, logias, y hasta voluntades personales). No eran pocos los que concurrían a saludarlo, como Gustavo Madero, Javier Corral, Hortensia Aragón, Silvano Aureoles, Constancio Miranda, Miguel Jurado, y toda una caterva de politicastros.

Para iniciar la lucha no se contaba con las llamadas “fuerzas vivas” de la sociedad, por lo cual hubo que trazar alguna estrategia que le diera eficacia al combate y nivelara las fuerzas en pugna para aspirar a un triunfo.

Concurrieron dos circunstancias: en primer lugar, observar el desempeño del propio tirano para combatirlo con sus propias acciones, y en la búsqueda de experiencias leímos la novela La violencia y la burla, de Albert Cossery, un escritor nacido en El Cairo en 1913, que estudió en una escuela francesa y se convirtió desde muy temprana edad en un escritor que llegó a ser notable y laureado.

Ahí encontramos el mecanismo para empezar a erosionar la tiranía duartista. Se trata de la burla como arma política, desechando de antemano el uso de la violencia. Echamos mano del arte, especialmente de la plástica, y del diseño gráfico, para confeccionar parodias y divulgarlas en las nacientes redes sociales, que en ausencia de un periodismo crítico, fungieron como nuestros medios de comunicación.

Así, un puñado de ciudadanos asistíamos periódicamente a fijar carteles frente al Palacio de Gobierno para ridiculizar al poder en ese momento y demostrar “lo irrisorio de su autoridad”. Fueron acciones llamadas al éxito y demostraron que se obtuvo un apoyo pasivo creciente en los más diversos estratos de la sociedad. Nos dimos cuenta que sí se puede y que apoyándose en la misma grandilocuencia del tirano, demostramos que era un monstruo con pies de barro.

A la vez se demostró, con una denuncia penal, que era un ladrón y un corrupto político, aunque las instituciones despreciaron la denuncia de septiembre de 2014 que ni el gobierno de Peña Nieto, e inexplicablemente tampoco el de López Obrador, quisieron llevar a los tribunales en la época de un gobernador faccioso como Javier Corral, hoy morenista, y que habiendo llegado tarde a la lucha contra la tiranía, robó las banderas con un proyecto de poder personal. Corral, conocido por sus consuetudinarias traiciones, hoy puso en turno a la escritora, politóloga y su entrañable amiga, Denisse Dresser.

Como moraleja de todo esto, tenemos la enseñanza de la obra de Cossery de que burlarse y ridiculizar al tirano conduce a su aniquilación. Duarte gozó de un exceso de halagos que lo volvió grotesco, y a la postre se derrumbó.

Búrlese del poder tirano. Es gratificante y probablemente exitoso.