In memoriam

 

Y este muro, hecho de todo lo que se derrumbó,

Se alzaba, escarpado, triste, sin forma. ¿Dónde?

No lo sé. En cualquier lugar de las tinieblas.

—Víctor Hugo

 

Ayer fue un día triste por la muerte de Adolfo Sánchez Rebolledo. Nacido en México en 1942, dedicó su vida desde sus tiempos muy tempranos a militar en la izquierda, en la dualidad de hombre de acción y de pensamiento. Estudió antropología en la ENAH y estuvo presente por más de medio siglo en organizaciones que van desde la Juventud Comunista hasta el PRD, del cual renunció a pocos años de su fundación; intermedia a esa militancia, estuvo en el Movimiento de Acción Política, en el PSUM y el PMS, en los cuales ocupó merecidos cargos de dirección y fue un periodista notable en las históricas revistas Punto crítico y Solidaridad, la publicación del sindicalismo nacional revolucionario que encabezó Rafael Galván. Librero y coeditor de Cuadernos políticos, publicada por ERA, contribuyó durante varios años a dotar de un espacio de reflexión, notable por su profundidad y prestigio, tanto a los socialistas como a los demócratas, a los marxistas como a los historiadores de los movimientos sociales a partir de los años 70.

Fue hijo del distinguido filósofo Adolfo Sánchez Vázquez, nacido en España en 1915, republicano militante que llegó exiliado a México en 1939, siendo uno de los transterrados que le prodigaron al país enormes bienes en todos los ámbitos de la cultura, don Adolfo, en especial, en el campo del marxismo, la filosofía, la poesía, la estética y la traducción. Adolfo, sin duda, vivió al lado de su admirado padre momentos envidiables para una sólida formación, que una vez adquirida se tradujo en generosas contribuciones para un cambio indispensable que la nación requería entonces, y ahora más que nunca. No es retórico: A Adolfo Sánchez Rebolledo se le va a extrañar.

Lo conocí en el año de 1972. Desde entonces, él y otros de sus compañeros (Rolando Cordera Campos, Pablo Pascual, José Woldenberg, Alejandro Álvarez, Roberto Castañeda, Raúl Álvarez Garín –que llegó con las manos cargadas de gruesos volúmenes conteniendo Los procesos de México 68–, Rosa Elena Montes de Oca, Arnaldo Córdova, quizá olvide a algunos) vinieron por la experiencia de las luchas populares y estudiantiles que surgieron ese año aquí en Chihuahua. De boca de él supimos de un gran pensador, Carlos Pereyra, cuya vida truncada tempranamente fue una pérdida muy grande. Nos trajo apoyo, aliento y nos motivó a tener un horizonte mucho más vasto en el terreno del pensamiento crítico, en particular del marxismo contemporáneo, sugiriendo lecturas obligadas, algunas que aparecían ya en Cuadernos políticos. Fue Sánchez Rebolledo y todos los que nos dieron la mano, testigos de nuestros aciertos, nuestras derrotas, y siempre amigos entrañables.

Recuerdo que Cuadernos políticos abrió sus páginas a Víctor Orozco y a Rogelio Luna Jurado; el primero con un ensayo sobre el Comité de Defensa Popular –el que fue, no el que devino en negocio de mercernarios–; el segundo, ensayo también, recogió la experiencia sindical de la lucha magisterial en Chihuahua, en especial de la Sección 8 del SNTE, pero que desde luego rebasa con mucho una simple visión localista del tema. Antes, la revista Punto crítico de la que fue director, dio cuenta de lo que sucedía en Chihuahua, y hoy, junto con el periódico El Martillo, es fuente obligada para el examen de aquellos años cargados de claroscuros.

Hasta su muerte, Adolfo fue un columnista de obligada lectura en el periódico La Jornada y coordinó Correo del Sur, suplemento dominical de La Jornada Morelos, que fue tribuna para ventilar temas del acontecer chihuahuense. Sus últimos años los vivió precisamente en Jiutepec, en el estado de Morelos, cuna del zapatismo.

Fito, como se le conocía con afecto, publicó hacia fines de 2014, una especie de summa de su pensamiento; lo llamó, con modestia, La izquierda que viví, el instante y la palabra, un volumen de más de 600 páginas que nos dan cuenta de la hondura de su pensamiento y las búsquedas que inició, seguro de que otros alcanzarían las metas en una profunda aventura del pensamiento, así porque, a final de cuentas, practicó un escepticismo muy propio de quienes hacen de la crítica una poderosa arma para asequir al pensamiento vivo. Conservo como una joya en mi biblioteca ese libro, por lo que contiene y, de manera íntima, por la afectuosa dedicatoria que me hizo llegar de su puño y letra; en ella me dice: “Va este testimonio de la época que nos tocó vivir. Sé que la historia está por construirse. Ojalá la escribamos todos, juntos”. En pocas palabras, siempre se reveló como el hombre que sin negar las individualidades sabía que no habría obra perdurable sin el concurso solidario de todos, en especial los de abajo, los estudiantes, los campesinos, los obreros, los indígenas, y todos los que padecen la opresión, aquí y en el mundo.

En la coyuntura que vive Chihuahua, cuadra bien recordar de este libro un texto publicado en la revista Nexos hacia noviembre de 2006. Se trata de Historias incompletas sobre el miedo. En él reflexiona brillantemente sobre el entramado de la derecha, constructora de mentiras ideológicas que desmienten vocaciones genuinamente democráticas. Nos narra la frase “un peligro para México”. Desde luego no se trata, porque ese nunca fue el talante del pensador fallecido, de una apología del lopezobradorismo, sino de la denuncia puntual de cómo se envenena la vida pública, distorsionando la lucha de los contrarios en la arena de la competencia electoral. Es un texto a tomar en cuenta a esta hora de Chihuahua, precisamente cuando un arquitecto de esa impostura se quiere convertir en gobernador del estado con el patrocinio de una plutocracia que no ve más allá de los estados financieros de sus empresas. Cómo contrasta en la historia la presencia de un hombre generoso como Fito, que observó momentos de nuestras vidas (ya mencioné unos), como el Asalto al Cuartel de Madera en 1965 y el papel que jugaron revolucionarios de la talla de Arturo Gámiz García y Pablo Gómez Ramírez.

En la introducción a la summa de su pensamiento nos recordó, a través de Claudio Magris y, con pertinencia completa, la visión de don Adolfo Sánchez Vázquez, su padre, en un punto que es encuentro y partida en la vida de un pensador revolucionario: la utopía. Recordando a Magris, subraya que “la utopía que se ve a sí misma como solución final, es falsa, lo mismo en el terreno social que en el individual”. De ahí sobreviene la reflexión sobre El Quijote y Sancho Panza, y precisamente en ese punto Fito le concede la palabra a su padre, a final de cuentas su propia palabra: “La utopía es tan necesaria e insoslayable como la aspiración humana a una vida mejor, más digna, más libre, más justa y más igualitaria. Tan necesaria e imperiosa e indispensable que, como demuestra el ingenioso hidalgo cervantino, merece correr los riesgos, obstáculos que hay que correr al realizarla (…) esta utopía necesaria para trascender el mundo existente y vivir una vida mejor, será una locura si no toma en cuenta la realidad que se pretende transformar”.

Eso fue Fito, una vida entregada a comprender una realidad para cambiarla. Aquí está el eco de aquella tesis: Los filósofos no han hecho más que interpretar Hacia la izquierda, hacia el socialismo. Por eso valen para él las palabras del poeta Víctor Hugo: en cualquier lugar, pero sobre todo por encima de las tinieblas.

Ayer fue un día triste, no era para menos.

Hasta siempre, querido Fito.