Un proceso ha despuntado, el tiempo nos dirá si marca una tendencia política. Se trata de un severo cuestionamiento al régimen político sustentado en la mediación del sistema de partidos. No son pocos los que en la teoría política piensan que en el corazón de las reglas para la competencia por el poder y el acceso al mismo se centra en el viejo herramental partidario, incluso pienso que pasará mucho tiempo para que se le sustituya. Pero, por lo pronto, ha aparecido en escena la candidatura independiente, que no es otra cosa, aunque no se agote en ello, que evadir el previo paso por los partidos, y también ha surgido como un mecanismo para sustituir el acceso a través de la más importante institución de carácter electoral. Es un hecho que hay un hartazgo con el desempeño de los partidos, con todos sin excepción. Los ciudadanos cuentan poco a la hora en que toman las decisiones, más cuando se han convertido en franquicias sin color ideológico y pragmatismo superlativo que se resume en la idea de que la elección que sigue es la importante y que la perspectiva de mediano y largo plazo poco importa.

De mucho tiempo atrás he sustentado la necesidad y la pertinencia de mantener los canales abiertos para que los ciudadanos se expresen a través de candidaturas. Otorgar el monopolio sin más a los partidos riñe con el credo democrático. En todas las reformas electorales que se propusieron a lo largo de las últimas décadas siempre pugné por la candidatura independiente; en contra de la misma siempre topamos con el PRI, más con el tradicional PRI, conformado por corporaciones negadoras por principio de esa figura olvidada de la democracia mexicana que es el ciudadano. Hay que reconocer que a su tiempo el PRI se dio cuenta de que las corporaciones le daban poca ventaja en la pluralidad que ha estado presente a lo largo de nuestra tortuosa y coagulada transición democrática. Por eso ha recurrido a otras malas artes, dentro de las cuales está la ingeniería electoral, el control territorial, y todas las distorsiones que acarrea el que no haya fronteras entre el gobierno y el partido, lo que golpea fuertemente el esfuerzo ciudadano en cualquier terreno que se presente.

Hoy todos somos testigos de que las candidaturas independientes que están presentes en la ciudad de Chihuahua y por la gubernatura del estado, son las que tienen recursos económicos para posicionarse. En otras palabras, quien tiene dinero puede estar en la competencia; quien carezca de él se podrá asomar, más no abrigar esperanza alguna de alcanzar la meta. La campaña por obtención de firmas de Enrique Terrazas Seyffert dice muy claro que con dinero baila el perro. Se advierte incluso en la obsequiosidad de cierta prensa que sabe que dónde están los intereses económicos y a ellos los atiende con servidumbre. Esto es más grave cuando a la arena se lanzan los que ya están en la oligarquía económica y quieren sumarle a sus privilegios, producto de un modelo económico excluyente, el apoderamiento directo de los aparatos de gobierno y Estado. Hoy son escarceos, habrá que hacer una multiplicidad de lecturas, se está experimentando un proceso, pero si marca tendencia tendremos que reconocer que la democracia en México está ante un riesgo igual o mayor que el de la corrompida partidocracia que tenemos hoy. En el balcón chihuahuense esto es más grave por la ya crónica e inocultable ausencia de una alternativa de izquierda. Para la reflexión.