El escándalo del magistrado Ramírez Alvídrez
No tengo duda de que a Jorge Abraham Ramírez Alvídrez lo debe alcanzar el brazo de la justicia. Consentido de César Duarte en su tiempo, por artes de no sé qué llegó a la magistratura en el Tribunal Superior de Justicia del Estado, con el apoyo –nunca lo olvidemos– de la fracción parlamentaria del PAN, que a su vez se benefició con nombramientos de igual índole.
Ahora a Ramírez Alvídrez se le instauró un juicio de procedencia a fin de quitarle la traba del fuero y ejercer la acción penal en su contra. Esa acción llega con tres años de retraso y para seguir lucrando con el antiduartismo y si bien es cierto se ajusta al derecho, la acción también exhibe las miserias de la ineptitud del señor Corral, lerdo en estos asuntos jurídicos.
En todas las actividades, y no se diga en las políticas, lo único que no se puede recuperar es el tiempo perdido. El que corrió por el reloj ya nadie lo regresa. Digo esto convencido de que Corral tuvo la oportunidad de realizar una reforma de fondo al Poder Judicial del Estado y la malogró por su frivolidad, por la insania de saber perder el tiempo miserablemente en banalidades.
Me consta que un grupo de notables abogados le presentaron el proyecto de transformación y escogieron escrupulosamente los cómos para lograrlo. Todo esto fue al cesto de la basura, lo que puso de plácemes a los magistrados llamados “oxigenadores”, cuando su mote sería “enrarecedores”. A ese grupo de abogados, a la usanza del inepto gobernador, ni las gracias les dieron, porque el “señor” sólo está pare merecer.
Ahora lo que tenemos, así sea con apego a la ley, son juicios espectáculo, como quien dice darle carne a los leones en el coliseo. Ni así podrán continuar lucrando con el anti duartismo, porque las miserias ahí son más que evidentes y una de ellas recibe el nombre de Jaime Ramón Herrera Corral, el protegido consentido del quinquenio, y no se diga el placentero destierro del tirano Duarte.
Corral confunde la política y el quehacer gubernamental con un concurso de oratoria, piensa que Chihuahua vive de una voz que puntualiza, de manera engolada, su agenda de promoción personal.