Varios medios –La Nación de Costa Rica, o El País, de Madrid, por ejemplo– desplegaron la noticia de que Daniel Ortega sigue por la senda del autoritarismo extremo. El antiguo líder sandinista, varias veces presidente de Nicaragua, muy pronto se olvidó de que entre otras de las causas de la revolución fue dejar atrás la perpetuación en el poder que caracterizó al somozismo. A él la historia poco le enseñó y en medio de corruptelas enormes (quién no se acuerda de la piñata), ahora que se reeligió dio el consecuente paso para que sus reelecciones ya no tengan límite y se pueda morir en el cargo, pero no solo: siguiendo la línea del chavismo que encarna el grotesco Maduro, también va a gobernar por decreto, como lo hizo Adolfo Hitler a la hora de consolidar sus poderes totalitarios durante la Alemania nazi.
El hecho viene a demostrar, sin duda alguna, que esta izquierda en la que están los Castro, Chávez, Maduro y otros que siguen sus pasos, no tienen compromiso alguno con un proyecto democrático real y consecuente. Llegan al poder, se lo apropian de manera absoluta para perpetuarse y que continúen los mismos rezagos y distanciamientos con sus pueblos que han hecho de la izquierda, y hasta de lo que queda de la idea del socialismo latinoamericano, una falacia grotesca que poco o nada tiene que ver con el porvenir de estas naciones o estados.
No faltarán aquí en México izquierdistas que aplaudan a Daniel Ortega y empleen el sobado argumento de que frente a la agresión y amenaza imperialista, lo mejor es dejar el poder en manos de estos dictadores de una pureza revolucionaria que sólo existe en la retórica de los demagogos. Quizá por eso un día Simón Bolivar dijo algo parecido a esto: quien hace una revolución, ara en el mar. O esta otra idea que parece incontrastable: revolucionario triunfante de hoy, conservador de mañana.
Es pregunta, señor fiscal
El sábado pasado la prensa informó en sus páginas policiacas, que una Suburban, al parecer con reporte de robo, corría a gran velocidad cuando de pronto se le acabó el camino, cayendo desde cuatro metros de altura en un puente en construcción. La falta de señalamientos, la velocidad y probablemente el descuido, produjeron dos muertos y dos heridos. Desde luego es un hecho bochornoso por la incuria con la que se realiza la obra pública, no sólo en la salida de Cuauhtémoc a Cusihuiriachi, donde sucedió el hecho, sino en muchos puntos de la entidad. Pero mi preocupación va en otra dirección: uno de los fallecidos me recuerda a una persona involucrada en la matanza de Creel. De ser cierto, ¿por qué gozaba de libertad?
Liliana Álvarez: tarde, pero reculó
Así catalogó una columna de un periódico de cuyo nombre no quiero acordarme, la forma intempestiva mediante la cual la señora Álvarez dejó un cargo partidario en el PRI, cuya incompatibilidad por su calidad de directora de la Facultad de Contaduría de la UACH era evidente a la luz de leyes y reglamentos. No extrañó el hecho de que buscara espacios partidarios si antes había aceptado un cargo manchado por la arbitraria destitución del director Alfredo De la Torre. Un golpecito más era lo de menos, y si en el golpecito se involucraba al violento Fermín Ordóñez, todo estaba dicho. El hecho parece intrascendente pero no hay que perderlo de vista: la Facultad es también un aparato electoral del PRI, la directora una conspicua carta del duartismo con ansias rectorales y sed de cargos públicos, y lo demás poco importa.
En estos casos se involucró la violación a una ley, pero sobre todo una falta de ética; tiene que ver con la nula autocontensión que caracteriza a los políticos de por acá, que no saben declinar, controlar sus ambiciones, que los lleva a cometer este tipo de incidentes que si nadie los para continúan adelante. Por lo pronto, reculó.