Los periódicos de toda índole derraman sangre. En menos de veinticuatro horas se dieron 10 homicidios con un mensaje inequívoco de que la violencia que padecemos no tan solo no ha mitigado, sino que se ha acrecentado más allá de lo que esscalofriantemente nos venden como “normalidad”. 

Del gobierno estatal, ni qué decir: su fracaso es más que evidente, a pesar de lo cual los siniestros personajes Peniche y Aparicio continúan en sus cargos por la tozudez de un gobierno que no atina -cuando tiempo tiene- a aportar soluciones al grave problema que comento. Pero tampoco la oferta de una Guardia Nacional ha redituado lo que la publicidad federal afirma de manera dogmática. 

En descargo del fracaso, se impone la narrativa de que los muertos son del narco. Están en la misma versión de siempre: entre ellos se matan. Una visión que no sirve sino para salir del paso, pero que ya también demostró que no funciona para nada. 

En Chihuahua hay grandes territorios al margen de la acción del estado, un gobierno ausente y una delincuencia que se expande y rebasó más de mil homicidios en el primer semestre del año que corre.

En medio de esto, a la clase política sólo le interesa reproducirse en el poder: en Chihuahua con duartistas a la cabeza y en el Senado, por poner un ejemplo federal, peleándose por la mesa directiva de una Cámara que sólo por una licencia de lenguaje está integrada por pares.

Ya nada más falta que aparte de la felicidad en que vivimos, decreten que el orden público reina en México.