Por los medios y por no pocas llamadas de mis paisanos de Camargo –de ahí soy oriundo–, me entero que Javier Corral fue abucheado una vez más. No quiero exagerar si fue intenso o leve, si lo corrigió el presidente para profesarle un afecto que es evidente no le tiene, aunque le obliga el trato institucional. No me detendré en eso.

En realidad lo que me sorprende es que haya sido en una tierra en la que el PAN ha tenido uno de sus prominentes bastiones. Cómo no recordar –soy testigo presencial– el año 1956 cuando los ciudadanos salieron en masa contra el PRI y a favor de Luis H. Álvarez. 

En 1983 este pueblo de Camargo puso las víctimas con la pérdida de vidas humanas que encararon, por enésima ocasión, al entonces partido de Estado. Sin duda que en Camargo hay afecto por el PAN, más allá de las simpatías o antipatías, y lo dice claro la persistencia en la alcaldía de Arturo Zubía Fernández, un panista estimado por el pueblo. 

Evidentemente que ahora hay muchos factores para un viraje político, pero para Corral hay una lección: la ingratitud se paga, visitar como lo hizo en el pasado reciente de manera altiva, sin saludar a los antiguos correligionarios, ofenderlos como sucedió en la caseta de la carretera en Camargo, dio la ocasión para pasar factura. 

La arrogancia la cobra el ciudadano común y corriente tan pronto puede. De tal manera que la moraleja que queda en todo esto es que este tipo de amores acaba, y como dice la canción, esa flor ya no retoña

Los morenistas claro que pusieron su cuota, pero encontraron húmeda, abonada y fértil la tierra por el mismísimo desdén de Javier Corral.

Lecciones te da la vida.