Enrique Serrano busca convertirse en el cuarto gobernador de origen priísta, después de la alternancia que encabezó Francisco Barrio Terrazas de 1992 a 1998. Hay una continuidad ininterrumpida de 18 años de priísmo en Chihuahua; por tanto, la opción por un cambio y reorientación de la vida política estatal se impone como punto de agenda para la reflexión y la praxis. Son muchas las aristas de un tema tan vasto, con tantas implicaciones que rebasan lo regional y trascienden a la vida nacional, con todo lo que significa estar en una compleja frontera, como la que mantiene Chihuahua con los Estados Unidos, particularmente con Texas, bastión indiscutible del pensamiento intervencionista norteamericano. Las historias personales de los actores priístas cuentan y deben tenerse a la vista, porque a través de ellas se prefiguran las situaciones que sobrevendrían de ganar la gubernatura el sonorense abanderado del PRI.

Enrique Serrano tiene una lista de servicios al PRI que se extiende a los 30 años de los 58 que cumplirá en mayo próximo. Destacan empleos menores y una carrera que empezó a cobrar forma como empleado municipal en Ciudad Juárez, diputado federal de mayoría, diputado local plurinominal y presidente municipal de aquella frontera, cargo que empleó como trampolín para su actual candidatura por designación. También ha trabajado para la iniciativa privada en negocios de poca relevancia, distinguiéndose sobre todo por su calidad de empleado de Jaime Bermúdez Cuarón. Su historia está marcada por su complicidad con el cacicazgo de César Duarte; de hecho ha sido este quien le abrió las posibilidades de escalar políticamente en el priísmo. Evidentemente representa una línea de continuidad de lo que actualmente prevalece, de tal manera que pretender desvincularse a estas alturas es algo enteramente difícil, por no decir imposible.

Hoy su precampaña se mueve con parsimonia, como que no logra anclar de la manera tradicional que lo logran los candidatos que cuentan en su haber con un apoyo central. Este, si bien dejó de ser importante en la magnitud que se daba bajo el presidencialismo imperial –recordemos los doce años de Fox y Calderón–, hoy resulta imprescindible como factor real de poder. Serrano sabe de cierto que difícilmente logrará credibilidad en la sociedad chihuahuense. Es un candidato débil, electoralmente hablando, de tal manera que tendrá que desmarcarse de César Duarte, lo que es realmente una tarea titánica para el que quiera emprenderla; más en su caso, que se le considera un agente doméstico del cacicazgo, y todavía más si nos hacemos cargo de la peregrina idea del duartismo de que Chihuahua tenga una especie de hombre fuerte, como los viejos cacicazgos que padeció el país durante medio siglo, después del proceso de consolidación de la “familia revolucionaria” del PRI. Pero esto no significa que no lo intente como una expresión cosmética destinada al engaño.

En esa tesitura, y precisamente a la hora de iniciar su precampaña, dijo no estar bajo la sombra y amparo de Duarte, al que calificó como su amigo. Nadie le cree, ni razonablemente se le puede creer. Pero más allá de esto, la realidad es que hay una historia concreta atrás y no se puede evadir. No se trata nada más de demostrar esto mediante una antología de las frases de lambisconería y adulación que brotaron de la boca del actual ungido del PRI. Eso sería lo de menos. Lo demás es el eslabonamiento que Serrano tiene con la corrupción política, la impunidad, el autoritarismo y el divorcio con las instituciones constitucionales, de lo cual dio muestra cuando fue diputado local y alcalde de Ciudad Juárez. En el primer cargo sirvió de tapadera a todos los despropósitos de su jefe, convirtiendo al Congreso y a su tarea de fiscalización en una simple fachada y absolutamente ineficaz, si nos hacemos cargo de que durante los años 2012-2015 fue cuando se cometieron graves hechos de corrupción y se cimentó la consolidación de la misma con funcionarios tales como Jaime Herrera Corral y Carlos Hermosillo Arteaga. En este marco, la Auditoría Superior del Estado se entregó a un engreído del duartismo, Jesús Esparza, que hasta la fecha no ha encontrado ni una minúscula anomalía en las auditorías que ocupan prácticamente gran parte de su labor. Al contrario, ha servido de figura decorativa y reiteradamente cosmética, para aparentar y simular que en Chihuahua hay rendición de cuentas.

Cuando revisamos estos hechos en relación al municipio de Ciudad Juárez de los últimos años, tenemos que el autoritarismo, la corrupción y la ineficiencia en la administración de la más importante ciudad del estado han sido la nota constante. El divorcio con la sociedad ha estado como nunca y la arrogancia y la prepotencia fueron el sello personal que Serrano estampó a todos sus actos. Vale la pena, a este respecto, seguir la huella de diagnóstico trazada por Plan Estratégico de Juárez, que de manera sistemática y apartidista ha observado la vida pública de Ciudad Juárez y particularmente las relaciones del gobierno de la comuna con la sociedad. Ahí hay una gran luz para diagnosticar de manera objetiva quién es Enrique Serrano y qué proyecta su personalidad y su grupo.

Una sociedad que quiere avanzar en búsqueda de alternativas democráticas para construir gobiernos y representaciones, que además quiere tomar decisiones informadas, no puede lograrlo a partir de simples deslindes de ocasión, como esa que se sugiere en “no estoy a la sombra ni al amparo”, porque como dicen la conseja popular, hechos son amores y no buenas razones.

Serrano puede negar a Duarte más de tres veces antes de que cante el gallo, pero la quemada del fierro “CDJ” no se la quita con nada. Y es que así son los herrajes y Serrano, además, anda herrado.

12 febrero 2016