alex-dominguez2-7abr2015

En medio de un discurso de bagatelas se iniciaron las campañas electorales. Hay tantos discursos como candidatos que hablan, se publicitan o de cualquier manera propalan eso que denominan “el mensaje”. Me llamó la atención uno por vanidoso, creído de sí mismo, prohijado en la filosofía del “poder para poder”, y desde luego con el suficiente dinero hasta para publicarlo en grandes espectaculares. Me refiero a la autopresentación que hace Alejandro Domínguez ante los ciudadanos a los que les implora el voto para obtener un escaño en la Cámara de Diputados. Resulta que este personaje de la tiranía duartista nos viene con la lindeza de que él es la mitad del resto de todos los mortales, cuando menos de los que viven en el Distrito 8. Vea usted: en su gran espectacular –con unos cuantos ya se estaría gastando su tope de campaña– le dice a los ciudadanos que él, sólo él, únicamente él, es la mitad; y la otra –vanidad de vanidades– la totalidad del pueblo, del demos, del cuerpo electoral al que se supone está sometido para escalar al puesto (en realidad representa a un aparato del Estado no a un partido).

Simples delirios de grandeza, la megalomanía que le ha aprendido a Patricio Martínez, con el que hizo escoleta, y a César Duarte, cuando ya formó parte de la banda. Se trata de esos políticos que no tuvieron juventud ni amigo por ese estado, porque si así fuera recordaría las palabras de John Lennon:

 

Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja,

y que la vida solo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad.

No nos contaron que ya nacimos enteros,

que nadie en nuestra vida merece cargar en las espaldas la responsabilidad

de completar lo que nos falta.

 

Así empiezan los totalitarios: primero se creen la mitad de uno, y luego dan el paso para ser el entero; y de la primera mitad ofertada nadie se acuerda. Mañoso el candidato.

 

Teporaca Romero al presbiterio

 

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No voy a decir que con lágrimas en los ojos porque les mentiría, ni con contrición porque quedaría en simple simulador, menos con recogimiento, leí el artículo “Semana Santa” de la diputada Teporaca Romero. Pródiga en textos de todo tipo, el domingo pasado le ganó la portada al mismísimo presbítero Hesiquio Trevizo, por lo que tengo para mí que ya se ha ganado un lugar en el presbiterio; sólo habrá que esperar a que el bosque crezca silencioso –parte de la frase del Papa Francisco que invoca– y Roma admita que haya sacerdotisas (en realidad ya no sé cómo se escribe el femenino), obispas, como lo postuló el dramaturgo veracruzano Rafael Solana, y papisas, porque lo único cierto es que ella está en el Congreso por el ruido que hizo un árbol que cayó. Un caso que no es precisamente para el pastor Miranda Weckmann, el consagrador de Duarte. La mandamos un saludo al jefe de la sección Opinión de ese periódico de cuyo nombre no quiero acordarme, por tan profética, exquisita y litúrgica selección de textos.

 

Y volviendo a los candidatos: Liz Aguilera

 

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Dice que va a combatir la corrupción, pero en realidad en las tres o cuatro ocasiones que ha tenido la oportunidad de hacerlo, ha sido abstinente. Lo único cierto y que está a la vista en sus espectaculares es su exuberante cabellera, acomodada con una distribución que simula las formaciones rocosas del Cañón de Namúrachi. Toda una alegoría para publicitar especializado champú con acondicionador, en este caso recordando un comercial en esta materia con un ligero matiz: ¡tu papi sí que te lo cuida! No hay más.