Columna

Diplomacia mexicana: entre golfos te veas

El Golfo seguirá llamándose “de México”, no tengo duda. El bautizo que intenta el bufón Donald Trump quedará en una humorada de mal gusto, sin dejar de ser un talante propio de emperador romano de la etapa de la decadencia.

Los romanos fueron más decentes con lo que ahora se conoce como Mar Mediterráneo al que denominaron Mare Nostrum, no obstante que a un lado tenían a Grecia, o a Egipto, o a las cartagineses. Lo que perdura de ese Mare Nostrum es un diminuto golfo que se conoce como Mar Adriático. Incluso los lagos como Tiberíades, bautizado así por Tiberio debido a una pretensión similar a la de Trump, hoy continúa llamándose Mar de Galilea, aunque sea un lago.

Cuando se escuchan pronunciamientos como los que hizo Trump en relación a nuestro golfo, no puede uno dejar de pensar en que los dictadores son ególatras que permanentemente tienen sueños de grandeza que a la postre resultan inalcanzables. Hitler, por ejemplo, habló de un Reich de mil años y se consumó en las propias ruinas de Alemania antes de suicidarse; o la de aquel colonialista, Cecil J. Rhodes, que denominó a una parte de África como Rodesia y hoy es República de Zimbabue.

Habrá que esperar a que Trump se siente en su trono (risas contenidas) para ver el curso de todas estas imposturas, que no se descartan para nada por su peligrosidad, siendo nuestro poderoso vecino.

Se advierte, y eso es de nuestra incumbencia, que el actual gobierno de la república carece de una definida política internacional al respecto y que sólo anda tanteándole el agua a los camotes.

Por lo pronto ya vemos que no es el secretario de Relaciones Exteriores, Juan Ramón De la Fuente, el que marca la línea, sino Marcelo Ebrard, con su recomendación de “no engancharse en el tema” del pretendido bautismo trumpiano del Golfo. Pero eso es más que elemental.

Parece ser que Trump se empeña en que sólo se le recuerde por su parecido con los peores y decadentes emperadores romanos, justo como Nerón, que lo incendió todo.

Ojo, morenistas, a esto conduce el culto a la personalidad, y las personalidades políticas que padecen el complejo de Adonis.