Ayer 1 de mayo, Día Internacional del Trabajo, Doroteo Zapata y su hija, la diputada Georgina Zapata, no perdieron la oportunidad de aparecer en público al lado de la gobernadora del estado, María Eugenia Campos Galván.

No es la primera ocasión en que un gobernante panista luce junto a los líderes vendidos, pero ahora hay dos razones adicionales y de mayor peso: en primer lugar, el cogobierno que ejercen el PRI y el PAN sobre Chihuahua; y el segundo, la alianza electoral de los antiguos enemigos irreconciliables, que es del dominio público en toda la república.

Del PRI qué decir, si mantuvo las cárceles corporativas contra los asalariados y a favor de la patronal. Pero las flaquezas del PAN se hicieron evidentes desde siempre: a ellos no les interesa la democracia, pero es la que nunca afecta las relaciones en la empresa y, sobre todo, el papel dependiente del trabajo en relación con el capital. Priistas y panistas en esto han sido los guardianes celosos del sector patronal.

Así las cosas, no extraña que la familia Zapata, podrida en dinero por la corrupción, aparezca como compinche de Maru Campos.