Alejandro Domínguez, actual síndico de la quiebra del PRI en Chihuahua, afirma que nadie debe asustarse cuando las camarillas de los partidos se reparten las posiciones que entran en juego en los procesos electorales, sean de elección popular o por los nombramientos que fluyen después de los opacos compromisos que se traban a espaldas de los ciudadanos.
Claro está que cuando los partidos celebran estos pactos lo hacen pensando siempre en los propios intereses de élite o de facción, y ellos, lejos de asustarse, salen complacidos del ventajoso reparto en diputaciones, senadurías alcaldías, regidurías y prebendas que no necesariamente tienen que ver con lo electoral.
Para Alejandro Domínguez esto es lo más normal, la vida ordinaria de quienes viven al interior de los partidos. Es un pensamiento análogo al de los pactos de los capos del crimen organizado cuando se distribuyen plazas y territorios para evitar interferencias incómodas, por no decir sangrientas.
En esa línea hay que subrayar que del reparto, Domínguez salió, cómo no, titular de una candidatura.
Dicho de otro modo, esto que es normal y habitual para el llamado líder estatal del PRI es, ni más ni menos, que la felicidad de los que usurpan el papel de los ciudadanos. La felicidad de la partidocracia podrida.