
El factor ‘Andy’ pone en aprietos a Sheinbaum
“Vine a MORENA porque me dijeron que acá mandaba mi padre, un tal Andrés Manuel López Obrador… y yo quiero que me llamen como él”. Como seguramente ya se advirtió, me he permitido iniciar con esta caprichosa traslación del inicio de Pedro Páramo, la famosa novela de Juan Rulfo, para tratar de construir en esta entrega una imagen caricaturesca de lo que está pasando en la mente del cachorro de la “Cuarta Transformación”, Andy López Beltrán.
No hace falta ningún poder de hechicero para saberlo, dado que él mismo ha declarado abiertamente sus intenciones, porque esa es ya su estrategia. “Mi estrategia es mi apellido”, es el mensaje ulterior que además resulta ser un símil que se encuentra en la soberbia frase que su padre utilizó en la campaña presidencial de 2006: “La estrategia soy yo”, cuando su candidatura no repuntaba, según la revista Proceso número 1359.
Acorde al dinamismo de la información hoy en día, a estas alturas esto ya no sería una novedad; sin embargo, muchos han encontrado una analogía inversa sobre el drama –a veces trágica– de lo que implica vivir a la sombra de un padre, y lo que es peor, de su agobiante apellido.
Pero este no es el caso: Andy quiere que lo nombren como su padre, “Andrés”, y al exigir que lo llamen como él, es que quiere ser como él, y llegado el momento, en la primera oportunidad, ser incluso él. Por lo pronto, de lo que se trata es de asumir, de una vez por todas, la herencia que le corresponde en la transmisión del poder que sólo puede entenderse en un país como México, y en las variopintas autocracias históricas latinoamericanas, donde el apellido es lo que cuenta, y si este viene acompañado de poder, mucho mejor.
Tal vez a Andy ya no le guste ser el segundón (segundo hijo de AMLO, segundo en MORENA, o “el partido”, como se decía antes, durante la anterior hegemonía, la del PRI). Y he aquí que tras el sonado reclamo de que lo llamen como su padre, tal reivindicación signifique el corte de listón de un protagonismo sin retorno, con su respectivo gradualismo en ascenso, al fin y al cabo las campañas en la era morenista empiezan hasta cinco o seis años antes, contra todo pronóstico y contra toda ley, sin nadie que sancione nada.

Y tal vez haya una presidenta como Claudia Sheinbaum, cuyo dedazo presidencial tuvo desde el inicio una fecha de caducidad que esté a punto de vencerse, y quizá no encuentre aún la manera de cómo deshacerse, también de una vez por todas, del apellido que hoy, en contraparte, el cachorro tanto reclama.
No basta con imitar los ademanes, las pausas vocales largamente estudiadas y ese sonsonete histriónico de López Obrador para parecerse a él. Sheinbaum en ese aspecto pronto estará rebasada por Andy, del que no únicamente posee un gran parecido facial, sino por su afinidad consanguínea, esa que importa a la hora de los legados, y de la que Sheinbaum ya fue beneficiaria por tiempo limitado.
Andy, en realidad, ya fue elevado al rango de sucesor de su padre a finales de 2013, cuando este sufrió un infarto al miocardio mientras se organizaba el movimiento de MORENA para convertirse oficialmente en partido político nacional al año siguiente. Durante unos meses, Andy fue aclamado virtualmente como el heredero.
Pero AMLO eligió a Sheinbaum y, según fuentes periodísticas documentadas de esos primeros años en el poder, la siguiente candidatura de MORENA estaría apartada para el cachorro Andy.
Ese fue tema de una mañanera en noviembre de 2022, como también los primeros escándalos de corrupción no sólo de Andy, sino de Gonzalo, otro de los hijos del expresidente, supuestamente involucrados en beneficiar a amigos en contratos gubernamentales y en proyectos como el de la refinería de Dos Bocas y el malecón de Villahermosa. Andy y Gonzalo publicaron una carta en julio del año pasado negando las acusaciones y declarando ser víctimas de una “campaña de difamación».
De no imponerse, a la presidenta Sheinbaum no obstante se le cierra la pinza y se la agota el tiempo. ¿Qué sería más costoso: golpear la mesa y acomodar las piezas en su lugar, o dejar que todo pase y la rebasen? Tal vez pueda parecer inapropiado, pero los comportamientos de nuestra surrealista política de poder permiten conjeturar un drama más o menos kafkiano: ella, sin ser su pariente de sangre, quizá sí pueda hacer con AMLO –simbólica y políticamente– lo que hizo el hijo del agrio y duro alguacil de la película holandesa Carácter: clavarle un puñal a su padre y salir impune porque, en realidad, fue un suicidio.
En su testamento, a pesar de todo, dicho personaje deposita toda su fortuna en su heredero. Lo único que faltaría saber aquí, es quién es el verdadero heredero, aunque se intuye.
Por lo pronto, Andy reclama el apelativo… y obviamente que no le llamen así, “Andy”.

