Maru empinó el codo antes de El Grito
Corrió como reguero de pólvora en las redes sociales que la gobernadora María Eugenia Campos Galvan llegó al ritual del Grito de Independencia en estado inconveniente.
Esta columna en realidad no puede afirmar nada con certidumbre, salvo que el mensaje corporal, y no se diga su arrastrada voz a la hora de los “vivas”, captado en video en el balcón principal –made in Duarte–, parece confirmarlo.
No sería una novedad, ya que en realidad hemos padecido a gobernantes adictos a las bebidas embriagantes. Recuerden que muchos de los asuntos de estado se pactaban en cantinas no ha mucho, y hoy en cenas de gala con selectos invitados, en particular del mundo de los negocios.
En realidad importa poco si a la gobernadora le gusta el trago o si empina el codo; no se le puede reprochar desde la sociedad, pues una buena parte de la que se congregó a oírla andaba en las mismas. Y no precisamente el recuerdo de Hidalgo y Morelos los mueven al Grito, sino los grupos musicales que son el verdadero atractivo, adjunto a la pirotecnia.
Más preocupante es que presuman que reunieron más de 65 mil personas, cuando la explanada de la Plaza del Ángel mide, según cifras oficiales, 6 mil 324 metros cuadrados, que multiplicados por cuatro personas por metro cuadrado, lo que es una exageración, suman un poco más de 25 mil personas.
Pero resulta grotesco que ese evento se tome como indicador de popularidad de los gobernantes y que la prensa obsequiosa afirme la falacia de los 65 mil, cuando cada vez se sabe más que el 15 de septiembre empezó por ser una festividad para celebrar el cumpleaños del dictador Porfirio Díaz.
Así son las desviaciones de la historia, que aquí tienden a repetirse con la fiesta palaciega que Maru brindó a sus amigos en el patio central del Palacio de Gobierno, donde estuvo acompañado de su novio, que según dicen, no para de vender flotillas al gobierno local.
Lo que sí sería cierto es que si para las once de la noche Maru Campos ya traía algunos tragos entre pecho y espalda, aprovechó el festín para curársela.
Todo sea por mortificar. Hip, hip, hip.