Uno de los principales legados de César Duarte, en su larga lista de deshonrosas herencias y que ahora mantienen vivas los panistas del maruquismo, es el de engañar a la ciudadanía con actos menores que, a golpe de pantallazos, quieren volver sus mejores éxitos. Quién no recuerda, por ejemplo, el modelo de primerlugarentodo que tan eficientemente reproducen una y otra vez la gobernadora Maru Campos y su hijo político Marco Bonilla.
Ambos se la viven firmando acuerdos con cuanta empresa, institución y organización se preste a seguirles el juego, obviamente porque también les conviene algo de imagen, algo que les permita verse en acción frente a la gente. Lo absurdo es que hacen convenios sobre la base de normatividades ya expresadas en las leyes, en acuerdos previos, en firmas oficiales de antaño y a las que, como entidades gubernamentales, están obligadas.
Por poner un ejemplo, se hacen anuncios de firmas y convenios para garantizar que las autoridades no cometerán tortura. Y en la práctica, paradójicamente, se olvidan de obligaciones igualmente relevantes, como el mantener vivo el estado laico por el que juraron salvaguardar a la hora de protestar sus cargos.
Bueno, pues el alcalde de Chihuahua acaba de firmar un convenio con su similar de Mazatlán para, lea usted bien, “impulsar el desarrollo económico, comercial y turístico que beneficien a los ciudadanos del puerto y de Chihuahua capital”. O sea, hacen ver como una graciosa concesión, como una voluntad política inaudita, o simplemente porque son muy buenas personas, lo que en realidad están obligados a administrar, porque precisamente por eso los votó la ciudadanía.
En la nota oficial del municipio de Chihuahua se añade una declaración de Bonilla que se puede leer entre líneas, lo que es la miga de estos convenios y hermandades, cuando afirma que está “buscando posicionar a la capital como la ciudad más competitiva del país” y que parte de este trabajo consiste en la «apertura de empresas chihuahuenses en otras ciudades del país». Con la firma del hermanamiento, dice la nota, se «abre la posibilidad a los empresarios chihuahuenses de invertir en Mazatlán».
Es decir, es una “posibilidad”, y si bien el panismo gobernante y el empresariado local hacen comparsa en muchos aspectos, no hay detrás de este convenio una decisión declarada de que así vaya a suceder. Es más, me parece que los empresarios ni siquiera tomarían en cuenta a Bonilla para invertir donde les plazca o donde mejor obtengan dividendos.
Por lo visto Bonilla ha aprendido bien el oficio de la simulación, de ser político que trabaja para la imagen –la suya, obviamente– y encarrilarse, «posiblemente», a lo que le depare el futuro en la política del brazo de Campos Galván. Con sus convenios anda juntando cupones para inscribirse en la insaciable carrera de la «competitividad». Así nomás.