César Duarte, durante su audiencia del día de ayer en un juzgado penal, se autocalificó como “preso político”, provocando una especie de humor involuntario, del tipo que se desprendía de las películas del inolvidable Juan Orol. Al respecto dio su versión de porqué su gobierno contó con una gran oposición política por su autoritarismo tiránico, y sobre todo la corrupción descomunal.

Su versión es que cuando él consagró al estado de Chihuahua, a sí mismo y a su familia al Sagrado Corazón de Jesús, fue el inicio de las discrepancias que llegan ahora a su estancia en el penal de Aquiles Serdán.

Afirmó que el exgobernador Corral presentó una denuncia por violaciones al Estado laico, cosa que es cierta; y también dijo que “otro abogado” ( oséase yo, el que esto escribe) presentó otra denuncia ante la Secretaría de Gobernación, entonces a cargo de Miguel Ángel Osorio Chong, con el mismo fondo pero debidamente argumentada. Debo aclarar que no hubo concierto alguno entre ambas denuncias.

Cabe decir además que ese no fue el origen esencial de la oposición. También que Osorio se hizo el sordo y nunca le dio curso a ninguna de las denuncias, en franco patrocinio del duartismo y las flagrantes violaciones a la Constitución de la república.

Un suceso histórico que sí marcó el inicio de la lucha en las calles contra Duarte fue cuando trató de remover el Mausoleo de Villa, ubicado en el Parque Revolución. Pero esa historia para Duarte no existe, ni sus robos, ni sus desmanes y ni sus desplantes tiránicos están en su memoria.

A efecto de documentar todo esto, reproduzco el “meme” que encabeza hoy esta columna y un par de links con sendos textos: el primero es la denuncia formal ante la Secretaría de Gobernación, y el segundo un artículo alusivo al tema.

Duarte, como político, buscó en Javier Corral a su enemigo complementario, y así le fue; y en buena hora se olvidó de todos los demás. Contra mi costumbre, esta columna la firmo: yo, el otro.