Debemos a don Daniel Cossío Villegas una valiosa observación en torno a una ausencia nacional de memorias escritas de puño y letra de los prominentes hombres de nuestra clase política. Nos recuerda, de pasada, las Antimemorias de Malraux y la calidad de ágrafo de nuestros prominentes políticos. Escasos son los libros de memoria de esta índole hacia fines del siglo XX y las publicadas más se adosan a la picaresca que al papel que corresponde a estos textos tan difíciles, cuando se apegan a la verdad, o tan fútiles como otros que ya no los venden ni en las librerías de viejo.

Claro es que han empezado a aparecer relatorías en las que se puede leer entre líneas los hechos que involucran a actores y decisiones de importancia. Por ejemplo de José López Portillo, Carlos Salinas o Miguel De la Madrid Hurtado. En fin, no es un género que se haya establecido para abrirle pautas ya no digamos a la verdad, sino a una aproximación provechosa, por decirlo de manera agradable.

En estos días Javier Coello Trejo, que presume una gran memoria y no dudo que la tenga, nos ha prodigado su texto memorioso. Hombre de los sótanos del poder del último esplendor del priismo hegemónico, se suma a los autores más vinculados a esa picaresca que menciono y a un relato de anécdotas que ya dejaron de impresionar hasta a los incautos.

Lejano y adversario del Estado constitucional de derecho, pretende impresionar con una mentira aquí, y otra más allá. Al parecer quiere cuidar su biografía, pero al final no queda duda que se adscribe a la historia de la infamia, en la que participó como alto funcionario de la federación y en el desempeño privado de los casos de negros personajes de la vida nacional. No me detendré en ello porque estimo que su libro está plagado de mentiras y peticiones de principio sin fin. Por ejemplo cuando habla del combate a la corrupción con el que supuestamente se comprometió José López Portillo o cuando dice que él se suicidaría ante un fracaso en una encomienda presidencial.

Tengo para mí que no tiene la estatura de aquellos hombres del totalitarismo -soviético o nazi- que levantaban la mano contra sí mismos de manera fulminante, entre otras razones porque si no lo hacían ellos mismos a un metro de distancia estaba el sicario que los iba a ultimar.

En reciente documental sobre el crimen de Manuel Buendía, Coello exoneró a Antonio Zorrilla dando como criterio de verdad, prácticamente, que él lo declaró como acostumbraba. Ahí encuentro la auto apología de la tortura.

Cuando el oligarca ganadero de Chihuahua, cacique y atrabiliario Óscar Flores Sánchez llegó a la titularidad de la antigua PGR, tuvo en Javier Coello Trejo a uno de sus principales brazos operativos. Nada más explicable: el gobernador de Chihuahua Flores Sánchez (1968-1974) fue un criminal y homicida que murió en la impunidad. Van dos o tres ejemplos para acreditar esta afirmación: el crimen nunca explicado de Ernesto Espinoza, director y propietario del periódico joco-serio La Jeringa de Chihuahua, el brutal aplastamiento del movimiento estudiantil de la Universidad Autónoma de Chihuahua de 1973, pero especialmente la serie de ejecuciones y baño de sangre que se llevaron a cabo luego de la acción guerrillera del 15 de enero de 1972, ordenadas por ese gobernador y ejecutadas por sus sicarios.Con ese precedente López Portillo lo encumbró a la PGR.

Dentro de esos homicidios está el del ingeniero Diego Lucero Martínez, asesinado con brutal ferocidad que se demostró con pruebas inobjetables que la justicia jamás quiso reconocer.

Entre asesinos se entienden muy bien: Flores Sánchez como Coello Trejo por eso formaron parte de esa PGR negra, persecutora y criminal.

Por eso no me extraña que Coello le quiera levantar un monumento en Chihuahua a su antiguo jefe. Y es que tenían gusto por la sangre y lo platicaban y convenían placenteramente en la secrecía.

Lo que Coello parece no saber es que César Duarte, el otro corrupto, le erigió una estatua a Óscar Flores en Ciudad Juárez hace cinco años, de la mano del muy camaleónico y exporro de la UACJ, Javier González Mocken.

Es un ritual que algunos han referido de esta manera: entre teólogos y verdugos siempre hay acedos secretos. Aquí la teología fue el discurso de una religión secular en cuya cima estaba el presidente de la República.

De que Flores Sánchez tiene apologistas no me queda duda, hasta Francisco Barrio Terrazas le quemaba incienso.

Con memorias como estas, está claro, no se puede construir una historia ni creíble ni confiable.