Columna

Entre incendios de yonkes, despiden a AMLO en Juárez

En la cotidianidad de la violencia y la ausencia de Estado y gobierno, ya no alcanzamos a distinguir si algunos hechos son despedida o bienvenida.

López Obrador tuvo una inútil visita a nuestra franja fronteriza e inauguró cuarteles y fertilizó el odio que representa el nombramiento del empleomano Juan Carlos Loera de la Rosa. Todo indica que, para despedirlo con algo más que fanfarrias, se provocó el incendio de cuatro yonkes y un lote de autos.

La sincronización de hechos fortalece la hipótesis de que fueron intencionales y parte de una guerra que no cesa. Ni con abrazos, ni con cuarteles y, mucho menos, con la inútil Guardia Nacional se remediarán las circunstancias que han hecho de Ciudad Juárez el epicentro de una barbarie que se presenta como incontenible.

Una lectura permite decir que los delincuentes despidieron con fuego al presidente que no tuvo más que presumir que llegar en un vuelo comercial de Volaris, precarizando con esa “humilde” conducta no nada más su propia integridad, sino el desastre que provocaría que atenten contra la misma. Pero como buen mesías, vale conjeturar que lo que busca es un madero y buenos clavos.

Esa fue la despedida. La bienvenida se la estarían dando a Maru Campos que, en cosa de un mes, estará en Ciudad Juárez protestando por el futuro desempeño de su encargo.

“Aquí estamos, te esperamos” parece decirle esta realidad atroz y, para que la entiendas mejor, gobernadora electa, Juárez es la plaza de tu amigo Cruz Pérez Cuéllar, de afinidades ultraderechistas, y de tu complemento, Juan Carlos Loera de la Rosa.

Todo eso parece suceder allá arriba, en la nata de la clase política, que les permite tanto a Andrés Manuel López Obrador como a Javier Corral decir discursos propios de los legendarios fariseos, los sepulcros blanqueados que tanto gustan al lenguaje del evangélico presidente.

Pero si sólo les afectara a ellos, qué lamentable; lo duro, lo fuerte, lo dramático es que esa espiral de violencia que no cesa la padece la mujer y el hombre ordinario.

Las paredes de los palacios, más cuando son de cantera y mampostería, impiden a los gobernantes escuchar el clamor que reclama seguridad pública ya.