Desearía que López Obrador leyera a Barbara W. Tuchman, en particular su libro La marcha de la locura. Estoy seguro que le haría bien, sobre todo las lecciones que ahí se muestran sobre el ejercicio de gobernar, que no ha cambiado mucho desde hace cientos de años. 

Esa marcha es, ni más ni menos, cuando se realiza una política contraria al propio interés, no el que se dice demagógicamente en la plazuela, tan del gusto del tabasqueño, sino el que está en la realidad y se respira todos los días, cada vez más en favor de una absurda y grotesca concentración de poder en una sola persona que ocupa el cargo de presidente de la república, que llegó ofreciendo un cambio de régimen y que, ya se ve, no es favorable hacia una democracia avanzada, sino a una tiranía unipersonal, de esas que concluyen con el líder mismo.

La consulta del pasado domingo es una muestra más de esa marcha de la locura. López Obrador llegó al poder con la promesa de combatir a fondo la corrupción política de los expresidentes y ha desperdiciado la mitad de su mandato y será difícil que lo pueda hacer de aquí al 2024. No quiere entender el régimen de facultades que establece la Constitución y, a contrapelo de esto, se empeña en someter a consulta el mismísimo cumplimiento de la ley. 

Esa marcha, también viene acompañada del engaño y la mentira. Con una escasa participación ciudadana, se estima exitosa la consulta cuando en el fondo se trata de haber padecido los estragos de un torpedo en la línea de flotación de la autollamada “cuarta transformación”. López Obrador, en esencia, esperaba su refrendo y no lo obtuvo: su nave está haciendo agua, pero los empeños de esa locura continúan. 

No obstante que fue electo para seis años y que la retroactividad no está permitida por la propia Constitución en esta materia, el próximo 21 de marzo de 2022 pretende realizar un plebiscito que le diga si continúa en el cargo o se marcha. No veo claro, ahora, la desembocadura en cualquiera de esos escenarios. Lo que sí creo es que será una pieza más de la polarización y pugnacidad que patrocina López Obrador para que su proyecto continúe en medio de una nación cada vez más desgarrada. 

Pero dice el refrán que a cada quién su gusto lo engorda, y en eso suelen perderse los políticos mexicanos cuando, entronizados en la cima del poder, van cavando a la vez su propia tumba.

Que la consulta fue un fracaso, no me queda duda; nació muerta por el escaso respeto que se tiene a los principios de la democracia participativa, denostada también por una Suprema Corte que ya renunció a su papel de tribunal constitucional, corrector de las desmesuras del exceso del poder. 

La consulta naufragó porque tenía, de un lado, a protagonistas engreídos e ineficientes para la tarea y ningún antagonismo para que se diera ese juego que se describe en la frase: el que resiste apoya, porque así es el juego democrático. Empero, el plebiscito revocatorio de López Obrador tendrá en él un protagonista principal, desgastado por el ejercicio mismo del poder y antagonistas de primera línea. Si está creyendo que su púlpito es omnipotente, está más que equivocado. 

Y no digo que perderá en ese plebiscito, no me gusta ser profeta, lo que afirmo es que, un día después del resultado, México puede estar al borde de una guerra civil de nuevo tipo, y eso es una irresponsabilidad superlativa, muy propia de esos iluminados que creen manejar el curso de la historia como si fuera dúctil plastilina en sus manos.