Cuando César Duarte, de la mano de los obispos católicos, algunos de los cuales se afirma están en la “nómina secreta”, consagró al estado de Chihuahua al Sagrado Corazón de Jesús, seguro estoy que María Eugenia Campos Galván se frotó las manos. Ese pensamiento ultramontano es, junto con la oposición a la interrupción legal del embarazo, al matrimonio igualitario, a la eutanasia, las únicas banderas que le quedan a la derecha recalcitrante mexicana. 

Chihuahua no está para fundamentalismos. Ni la familia tradicional se puede convertir en la piedra angular de las políticas públicas de un Estado que declara en su Constitución el ser laico. 

El tema da para mucho, pero cabría preguntarse de qué familia está hablando, porque el concepto no tiene un solo significado: la nuclear, la extensa, la monoparental, en fin, la diversidad que hay en este tema que la sociología contemporánea y la antropología han dilucidado sino de manera concluyente y para siempre, sí abriendo caminos para una comprensión más allá del tradicionalismo. 

Aspirar a un cargo público para imponer las propias convicciones, es actuar sin responsabilidad, sin apego a la pluralidad democrática, y facciosamente. Volveré sobre el tema.