Han pasado las semanas y Eduardo Fernández Herrera continúa detentando el cargo de Secretario de Salud por obra y gracia de su amigo Javier Corral Jurado, gobernante que traicionó al gremio médico al incumplir su compromiso de que la titularidad de ese órgano estuviera en manos precisamente de un profesional de la medicina. El hecho en sí denota una arrogancia extrema, soberbia propia de los déspotas y prácticas idénticas a las de la cultura autoritaria de los priístas. Este suceso pinta un cuadro más de Javier Corral, porque esto es la regla bajo la cual se conformó su equipo de administración, si cabe emplear esta última palabra.

Rodeado de amigos, plutócratas, incondicionales, inexpertos, hizo de las esferas administrativas la materia para repartirse un botín. Eso se sabe por todos los rincones del estado de Chihuahua y tendrá un altísimo costo electoral para el PAN, porque por ese partido esa suele ser la tónica. 

Pero no está únicamente ahí el problema, este radica esencialmente en que la ciudadanía no reclama hasta las últimas consecuencias sus derechos y los compromisos que los gobernantes toman con ella. Sí, ciertamente, en el gremio médico hay miles de personas que dieron la cara en desplegados, comunicados, opiniones en centros colectivos, pero no basta apretar los puños entre las ropas para conquistar los derechos. Hay que ir más allá. Impedir las burlas. Ponerle un freno a los gobernantes del tipo de Javier Corral que con ropajes ciudadanos engañó y ahora traiciona doblemente: por faltar a su palabra y por sostenerse en su patológica actitud.

De todas maneras eso no borrará de la historia de Chihuahua este momento. Precisamente en el que Eduardo Fernández arribó al cargo para sellar negocios, recibir premios por sus traiciones, emplear el semáforo sanitario al contentible político de Corral y, siguiendo el ejemplo de éste, esconderse en su oficina y mostrar la hipocresía que lo caracteriza frente a los trabajadores de la salud.