Recomiendo a Javier Corral y a su protegido, Jaime Ramón Herrera Corral, una atenta lectura de un artículo de Sergio García Ramírez titulado “¡Arde la casa!”. Apareció hace tres días en el periódico El Universal. Sin duda, se trata de un artículo estupendo, de fina pluma en poder de un hombre culto, talentoso y honrado. 

Escribe don Sergio acerca de cómo un incendio que comienza con llamas ligeras puede llegar a quemar la casa entera, y esa casa es el maltrecho Estado de derecho de la república, tocando el uso político del mismo, del combate a la corrupción, y de cómo las reformas penales que se han intentado hasta ahora debilitan esa lucha, poniendo como ejemplo, precisamente, los acuerdos que tras bambalinas celebran los gobernantes y los delincuentes. Nos dice el autor: 

“Hace 25 años denuncié la errónea reorientación de la justicia penal. No he cesado de impugnarla, en múltiples foros y publicaciones. Trajimos ‘instituciones’ peligrosas que podían infectar la justicia y conducirla al despeñadero de los arreglos y las vindictas. Abrimos la puerta a las negociaciones que la ponen a merced del mercado, sometida a convenios y caprichos, engañando a la sociedad con supuestas ventajas prácticas. Entre esos fraudes figura un extremoso principio de oportunidad que suplanta la justicia con oscuros arreglos en los que domina la fuerza del poderoso. Los arreglos se lubrican con la deserción de antiguos criminales convertidos en socios de la justicia. Son payasos de circo que suplantan con cinismo la majestad de la justicia”. 

Se trata de un retrato hablado que recoge en una sola imagen y abrazados a Javier Corral Jurado y a Jaime Ramón Herrera Corral, el primero traicionando a los ciudadanos, y el segundo a sus compinches. Corral, de la mano de Peniche, convirtió a Herrera Corral en su socio, y el antiguo criminal aprovecha esa situación no sólo para burlar a la justicia, sino también para dedicarse a los mismos negocios que apoyó como cómplice con intereses durante la tiranía duartista.