
Nunca reproches que tu madre fuma
Entre los científicos sociales es recurrente escuchar la cita del filósofo Spinoza, “no lamentar, no reír, no detestar, sino comprender”. En tal sentido, los trabajos del sociólogo francés Pierre Bourdieu respetan la divisa en la obra La miseria del mundo. En ella está un apartado, entre muchos otros, que se llama “Qué van a hacer con una vieja abuela”; además ahí se lee una entrevista en la que precisamente una abuela confiesa: “Se ocupan de mí (…) para saber qué pueden hacer conmigo, a dónde van a meterme (…) Es el drama de cierta edad”.
Empiezo narrando esto porque hace unos días asistí al teatro, a La Gruta, del Centro Cultural Helénico en la Ciudad de México, y ví la obra Apuntes sobre el deterioro de mi madre, de Andy Bragen. Estos Apuntes tienen el filo propio del bisturí y cortan, en la audiencia misma, los estrechos conceptos de la ética, la solidaridad humana, o lo que de ella queda; el quiebre de la familia frente a la vejez de sus mayores, que permanentemente viven en el abismo de la soledad y la enfermedad que, inevitablemente, conduce a la muerte. Por eso recordé que esta circunstancia ocupa un lugar en la obra de Bourdieu, que lo tuve en la mente como espectador a lo largo de la puesta en escena.
El dramaturgo Andy Bragen es más que honrado por la dirección de Ana Graham, y no se diga por los actores Concepción Márquez y Antonio Vega, que se presentan en una escenografía minimalista, consistente en una recámara austera, con teléfonos antiguos, donde vive la madre enferma, con oxígeno suplementario, en esa soledad de las viejas y viejos añosos, infortunio del que todos estamos enterados, aunque frecuentemente no hagamos nada para remediarlo.
Obvio que no llamo soledad únicamente a ese profundo abandono que se siente en la obra y al que están condenados cientos y miles de hombres y mujeres, lo mismo por parientes cercanos que por las instituciones estatales de “solidaridad” y “asistencia”.
La obra fue concebida para desplegarse en un solo acto, de 130 minutos, que mantienen un alto dramatismo por el dolor humano que se expresa en un diálogo entre la vieja madre y su hijo que, con dificultades, provee de su amparo, limitado por una obligada cotidianidad urbana y laboral, propia de las grandes ciudades, y no tanto.
No tengo duda de que la obra se inscribe en una perspectiva de genuino humanismo y que sus parlamentos muestran lo que ha de ser una realidad en ese tipo de fenómenos entre una madre abandonada y su hijo, en medio de un opresivo día a día. Por eso en la primera parte hay un diálogo en que la madre se queja de su condición, de su enfermedad, de su abandono, de su encierro, y el hijo sólo le contesta con una especie de reproche, “¡fumas!”, insinuándole que es posible una autogestión para el propio cuidado, cuando eso ya no es posible.

Es lo que en la obra de Bourdieu se concibe como un poco a poco empezar cuesta abajo, cuesta abajo, y después… ya está. Cuando finalmente se dé el desplome en el que la muerte aparece ineluctablemente.
El deterioro de la madre en el clímax de la puesta en escena, es la muerte. Culminación del drama. Y entonces la obra gira hacia otra atmósfera: a una trascendencia donde la madre, ya muerta, pero viviendo en algún lugar, le dice a su hijo que siempre estará viéndolo. Y hay una reconciliación con abrazos, buenos propósitos, anuncio de compromisos que vendrán, pero ya a deshoras, porque una vida feneció, y lo que se pudo hacer dentro de ella ya no es posible.
Aquí hay un mensaje: hay cosas que se deben hacer en vida, como dice un famoso poema. De lo que se trata es, pues, de comprender y actuar en consecuencia.
Obras como esta enaltecen el espectro del teatro nacional. Enhorabuena.

