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Por estas tierras paseó recientemente el exgobernador Fernando Baeza Meléndez, como una especie de guía turístico, acompañando a Carlos Segnini Villalobos, ministro de Obras y Transportes de la república de Costa Rica, donde el deliciense, aparte de negocios, tiene nombramiento de embajador de nuestro país. Se entrevistaron con el cacique César Duarte y vaya mentira que se propaló.

En efecto, se supone que el ministro vino a Chihuahua a aprender cómo se hacen fideicomisos exitosos, como el que, se conjetura, opera en en el estado en materia de ingresos por tarifas en las carreteras con casetas de cobro. Claro que el ministro hizo una declaración en tal sentido, pues son propias de este corte de visitas a la par protocolarias e inútiles. Para empezar, ¿en qué sustenta su dicho de que el fideicomiso chihuahuense es exitoso?, si basta recorrer las carreteras para darse cuenta de su mal estado, lo excesivo de las tarifas, la especulación que le es consubstancial y la impopularidad del gravamen. Todos sabemos que en regiones como Jiménez y Cuauhtémoc hay una revuelta en ciernes por lo caro que resulta transitar por carreteras que antes eran libres y las libres que ahora resultan verdaderamente intransitables con seguridad.

Pero realmente al ministro, y más con la tradición de juristas destacados que hay en Costa Rica, le bastan dos o tres obras sobre el fideicomiso, que no tiene mayor ciencia, buscar un banquero que financie y privatice y un pueblo tico que lo aguante. Porque ese es el modelo chihuahuense. Pero como hay que vender baratijas y exportar “tecnologías jurídicas” para el mayor engaño de los chihuahuenses, al cacicazgo le basta engañar bobalicones con la pretensión de que somos ejemplo internacional. Así son estos señores. La otra posibilidad es que se traban negocios de los que nunca, o pocas veces, nos damos cuenta.

 

 

Pactos caros

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Gustavo Madero, presidente nacional del PAN, dijo con todas sus letras que les había salido caro firmar el Pacto por México con la Presidencia de la República y los partidos políticos nacionales, el PRI y el PRD principalmente. No pocas voces de calidad, y a su tiempo, tal pacto fue cuestionado puntualmente por su impertinencia; ahora, y a toro pasado, resulta sencillo decir lo que sea, pero la política no funciona así, haciendo el balance de errores y hechos consumados prácticamente inamovibles.

Claro que los costos de ese acuerdo están a la vista y las ganancias también: un PRI que contra todo pronóstico, viento y marea, logra alzarse con una presencia en la Cámara de Diputados que le permitirá transitar la segunda parte del gobierno de Peña Nieto sin mayores contratiempos, cuando lo previsible era que se le sometiera a un profundo ajuste que habría sido para beneplácito de gran parte de la sociedad mexicana que le ha negado la confianza al gobierno que preside el mexiquense.

Es evidente, y casi un lugar común, que todo pacto que priva a los actores partidistas opositores de su capacidad de hacer política autónoma, es contraproducente. Lo que no quiere decir que no deban trabarse compromisos, pero siempre que no deshonren ni a las partes y mucho menos sean portadores de la mella del machete con el que hacen su actividad opositora. Enajenar la autonomía es desdibujarse, es perderse ante el electorado.

 

 

Murió Manuel Camacho Solís

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Después de una prolongada enfermedad, Manuel Camacho Solís murió y en esa hora difícil, como dijo Porfirio Muñoz Ledo, “los actores políticos le ofrecieron un homenaje sobrio y unánime”. El mismo Porfirio deploró que “vamos a extrañar su pensamiento equilibrado, su palabra franca y confiable, su valentía personal y su cuidadosa discreción que fueron, para él, armas políticas imprescindibles”. Sin duda nos sumamos al duelo por esa pérdida. Pero también no está de más que haga un recuerdo de algo sustancial en el cruce de las actividades políticas en las que él intervino en un suceso trascendente para la perspectiva y crecimiento de la izquierda, aquí en el estado de Chihuahua.

Durante el proceso electoral federal de 2006, el PRD se cimbró por la objeción que se hizo a la candidatura senatorial de Víctor Anchondo Paredes, un priísta comprometido con el patricismo hasta la médula y que con las puertas cerradas en el PRI, los vientos que hacían suponer que Andrés Manuel ganaría la Presidencia de la República y la ambición de no quedarse fuera de ese cambio, se desbandó por la izquierda alcanzando el rango de candidato a senador en primera fórmula por Chihuahua. En otras palabras, había negociado cupularmente con López Obrador, el mismo Camacho Solís y otros que pensaban en una ruptura histórica de muchos priístas a la hora que estaba en disputa real la Presidencia de la República, como luego la elección misma lo demostró.

La candidatura de Anchondo Paredes y la de Guadarrama en el estado de Hidalgo causaron ámpula porque no se trataba de dos políticos con una historia respetable. Al contrario, ambos tenían deudas en sus respectivos estados y se provocaron fricciones con quienes resistimos esas postulaciones. En particular, al momento en que emerge Anchondo Paredes, a impulso de la fracción perredista en el Congreso local, se había instaurado un juicio político contra Patricio Martínez García que alcanzaba al que luego sería candidato senatorial; juicio que por otra parte también se centraba en el desempeño de Jesús José Solís Silva, el legendario “Chito” Solís. Quienes nos opusimos a la candidatura senatorial de Anchondo Paredes, expusimos nuestras razones con la suficiente antelación, con argumentos sólidos, entre otros, por su escasa presencia política en el estado, que luego se demostró. Pero no fuimos atendidos: la presidencia pelele del PRD, encabezada por Leonel Cota, condujo a una decisión, por un solo voto, en favor del aspirante senatorial, y así figuró en la boleta electoral.

Pues bien, durante la gira de López Obrador por Ciudad Juárez, hubo oportunidad de discutir el tema con Camacho Solís, que ejercía la interlocución con AMLO. La discusión fue ríspida, no por ello carente de un contenido a tomar en cuenta. Llegó el momento en que el mismo Manuel Camacho Solís solicitó tratar el tema de manera tersa, pero siempre a partir de que la candidatura impugnada era un hecho consumado. Cuando se le emplazó para que diera un argumento que sustentara la candidatura, no tuvo más respuesta que el antiguo estatus burocrático: “Fue Secretario General de Gobierno, eso cuenta mucho”, nos dijo, al que esto escribe y a su acompañante, Gustavo De la Rosa Hickerson. Obvio que nosotros dijimos que eso era un baldón, pero resultó inútil. En efecto, se trataba de un hecho consumado. La historia es que Anchondo Paredes no tan sólo no le dio votos a López Obrador en Chihuahua, sino que le restó, y ahí están las estadísticas.

En aquel momento vimos un Andrés Manuel López Obrador evasivo que se negó a debatir el tema, y a un Porfirio Muñoz Ledo que se abstuvo de intervenir, no obstante estar del lado de los impugnantes.

Así las cosas, cuando menos en ese momento, no vimos en Camacho Solís equilibrio en su pensamiento y en su forma de acción. Por el contrario, prácticamente nos dijo, lo toman o lo dejan, excluyendo una perspectiva de izquierda mejor para Chihuahua. El daño se consumó y el lunes siguiente a la elección presidencial de la que resultó a la postre Calderón como vencedor, Víctor Anchondo Paredes se reintegró a los trabajos en su Notaría Pública, soslayando lo que vino después con el recuento en el que, por cierto y de manera desesperada, no tuvieron más gente para encabezarlo que los antiguos impugnadores. Después, cínicamente, se volvió a arropar bajo los tres colores de nuestra bandera nacional, y ahí sigue.