Columna

El Tratado de Aguas de 1944 es agenda pendiente

El Tratado de Aguas de 1944, celebrado entre México y Estados Unidos, requiere de una renegociación. En 80 años el planeta ha sufrido cambios que tienen que ver con el medio ambiente y con el imperativo de proteger el recurso acuífero desde una perspectiva más amplia que rebasa fronteras, lo que no significa que se vulnere la soberanía de los estados.
Pienso que esta afirmación se justifica hoy más que nunca cuando la vida planetaria depende del tratamiento que se dé a ríos tan importantes como el Nilo, Amazonas, Danubio, por sólo señalar algunos muy famosos.
Los intereses que se involucran y las mejores soluciones que se encuentren siempre se deben de hacer a partir de los mutuos beneficios que se puedan obtener por los estados involucrados.
El Río Bravo, que así lo conocemos los mexicanos –de hecho ese es su nombre–, nace en las Montañas Rocallosas de Colorado, en Estados Unidos. En su trayecto recibe afluentes, tanto en este país como en México, pero al ser la base de una parte de nuestra frontera con el vecino país, regionalmente Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas reportan particularidades que el Tratado de Aguas hoy ya no resuelve de manera equitativa. En el caso de Chihuahua, por involucrar a su principal río, que es el Conchos, y que hoy por hoy, ya no es lo que fue, y si no se toman decisiones adecuadas, está condenado a la extinción, debido a muchos factores, como sería también la destrucción forestal que ha sufrido la Sierra Madre, fuente alimentadora de este caudal.
Los Estados Unidos tienen, más ahora con Trump, una visión imperial que pretende convertir al Río Bravo en un simple tributario de sus intereses, y en eso pesa mucho la gran importancia que Texas tiene para la unión americana; y Texas es la frontera con México, desde Juárez hasta Matamoros, Tamaulipas.
El comportamiento de los Estados Unidos en relación al Río Colorado ha sido de la misma índole, y en un tiempo hubo el gran problema de la salinidad en el Valle de Mexicali, con enorme daño para México, su economía, su agricultura, y desde luego para los productores insertos en la misma.
Poner en el tapete de la discusión binacional el Tratado de Aguas es un problema internacional difícil y complejo. Reconozco que los tiempos que corren no son favorables a los intereses mexicanos, pero tampoco, so pretexto de una interpretación literal del Tratado, se pueden dañar los derechos nacionales.
Al interior de nuestro país el problema del agua ha sido tratado con politiquería por parte del Partido Acción Nacional, y los representantes de MORENA han tenido un comportamiento deplorable, como lo demuestra la intervención de Juan Carlos Loera De la Rosa, hoy senador de la república. El asunto es serio y así se le debe abordar.
Es una responsabilidad del gobierno de la república empezar a preparar la mejor alternativa para una renegociación equitativa, ambientalista y que defienda los intereses del país.
En todo esto llama la atención que Chihuahua, teniendo varios senadores de la república, y siendo el Senado, precisamente, el que tiene a su cargo revisar la política exterior, este gran problema no forme parte de su agenda parlamentaria.
Estos senadores son Mario Vázquez, Andrea Chávez, Juan Carlos De la Rosa y Javier Corral, quienes andan en todo, menos en lo que sería su deber de ponerse al día en este delicado problema internacional de trascendencia ambiental, económica y federalista. Prefieren andar en campaña y en el escándalo. Pero el problema está ahí y en lo fundamental corresponde al resorte de la Presidencia de la república.