
El divorcio de un hombre de Hierro
Pongamos que se llama Rodolfo y se apellida Hierro, que se dice muy hombre y que vive en Chihuahua por el barrio de Nombre de Dios. En algún tiempo, a solicitud de su esposa, se entabló una acción de divorcio, señalando como causal la “incompatibilidad de caracteres”, que era como el cajón de sastre a donde iban a depositarse muchas otras causas frecuentemente indemostrables.
Lo demandó por medio de mi asesoría jurídica, y busqué conciliar las discrepancias, pero a la postre llegó una sentencia disolviendo el vínculo matrimonial. En el trayecto del procedimiento me hice amigo de Hierro, quien asimiló bien el conflicto y su resolución, siendo frecuente con posterioridad que nos frecuentáramos, las más de las veces de modo ocasional.
A Hierro le dio por tratar de explicarse porqué los hombres perdían sus casos, fenómeno que él advertía como frecuente, y en alguna reunión expresó que los hombres, todos, estaban a la baja en su valoración y autovaloración, y que eso era producto de las luchas de las mujeres, y además de la parcialidad de las mujeres juezas, que se iban tornando en cabezas de los juzgados.
Disentí de sus apreciaciones, y él recurrió a un argumento de autoridad, recordando que hasta García Márquez contribuía a la precarización de la situación de los hombres, con toda la influencia que podamos imaginar en el ámbito de las letras y la cultura.
En realidad era injusto con el autor, pero me mostró dos citas de su autobiografía Vivir para contarla, donde narra el colombiano su reunión con un viejo amor, cosa que también él había hecho, pero le molestaban un par de actitudes que yo de mi cuenta paso a citar. En esa reunión, el Premio Nobel concluyó con sendas observaciones. La primera dice: “Sin embargo (en el encuentro) yo no hice más que eludir las trampas de la nostalgia con la cobardía mezquina de que sólo los hombres somos capaces”.
En la otra, el autor narra la actitud de su antiguo amor, y dice que “se alegró de haber venido, me entretuvo con algunos recuerdos que nada tenían que ver conmigo, y tuve la vanidad de pensar que esperaba de mí una respuesta más íntima. Pero también, como todos los hombres, me equivoqué de tiempo y lugar”.
La realidad es que el tiempo no retoña y que muchas veces es mejor que no sea así, sobre todo cuando se busca el sosiego.
Para mí, García Márquez se queda del lado de las mujeres, y Hierro, quien fuera mi contraparte y murió durante la Pandemia, a mi juicio, se llevó sus dudas a la tumba.

