Columna

Corruptos en la privacidad

De la corrupción frecuentemente hablamos sólo de su matiz política, de los gobernantes; nos olvidamos de los empresarios que la hacen posible, y particularmente de cómo se da en la vida ordinaria. Es lógico que no se sepan los detalles íntimos y privados de la misma, cómo se pacta, cómo se verbaliza. Ha sido tarea de la literatura recrear esto último.

El escritor chihuahuense Martín Luis Guzmán, en La sombra del caudillo (también llevada al cine por Julio Bracho en 1960), hace un retrato bastante exacto de cómo pueden darse estas cosas. Intento parafrasearlo, pero antes explico que el personaje “Ignacio Aguirre” es una mezcla de Adolfo De la Huerta y del general Francisco Serrano, militares pretendientes de la Presidencia de la república que iba a desocupar Álvaro Obregón, pero que finalmente terminó en manos de Plutarco Elías Calles.

Ese “Ignacio Aguirre”, escucha una hipócrita defensa que de la corrupción política hace un personaje ficticio llamado “Tarabana”, quien le lleva un cheque de una compañía petrolera, a lo que Aguirre contesta:

“Mira: me embolso los 25 mil pesos. Voy también a darte las comunicaciones según las quieres. Pero ya que hablas de moral, no confundas los móviles. ¿Sabes por qué tomo el dinero? No porque me figure que el tomarlo está bien hecho. No soy tan necio. Lo tomo porque lo necesito, razón, esta sí, definitiva, concluyente: ‘porque lo necesito’. En cuanto a tus silogismos, no podrían convencerme. Son buenos para los acomodaticios o los pusilánimes, y yo, aunque sinvergüenza, no me rebajo a tal extremo. Soy un sinvergüenza, pero un sinvergüenza dotado de valor y voluntad”.

Martín Luis Guzmán registra un hecho de la inveterada costumbre que se vive ancestralmente en nuestro país y que los generales triunfantes de la Revolución mexicana adoptaron como dogma, porque la corrupción suelda compromisos y ata a cómplices como el mejor cemento. Algo que hemos padecido prácticamente hasta ahora, que se habla de “cambio verdadero”.

Palabras más, palabras menos, es lo mismo que dijo César Duarte frente a las cámaras de televisión: “Firmé sin ver, y a lo macho”. Y así quería quedarse con un banco.