Claudia, voy viviendo ya de tus mentiras
Al paso que va, la presidenta Claudia Sheinbaum superará el récord de mentiras que marcó su perenne tutor Andrés Manuel López Obrador. Además, cada vez es más claro que le urge un curso, así sea elemental, de derecho constitucional.
En el pecado llevará la penitencia al comparecer todos los días en sus mañaneras, artificiosamente llamadas “del pueblo”, cuando realmente ese mote es absurdo, y más por algunos de los seudoperiodistas que asisten con regularidad, seguramente a sueldo, en dinero, en especie o en favores por gestiones realizadas.
Claudia Sheinbaum ha querido mostrar como marca de la casa su calidad de científica. Descreo de quien así se asume y tiene varias décadas en la política profesional. Es una verdad sabida, pero es obvio que mucho le ha de quedar de ese talento, no lo dudo, por más que ella misma se empeñe en negarlo de hecho con sus mentiras. Ciencia y verdad, o aproximación a la misma, van de la mano.
Aquí comentaré dos aspectos de ese comportamiento. En primer lugar, el mítin del pasado domingo 5 de octubre. Para ella la asistencia al Zócalo de la Ciudad de México fue algo así como un acto de alta espontaneidad ciudadana que se desbordó para presentarle sus loas por ir en “la ruta correcta”.
Según esta narrativa mitinera (recurso predilecto de los priistas en sus tiempos de oro), la ciudadanía caminó montañas y valles para ir a aplaudir al gobierno y el aparato estatal no hizo nada, absolutamente nada, para aborregar a los asistentes. No dudo que algunos estuvieron ahí por voluntad propia, sería absurdo no reconocerlo. Pero de ahí no se deduce, como lo hace mañosamente la presidenta, que no hay corporativismo.
Sheinbaum se desentiende que el fenómeno corporativo actual es de nueva especie; ya no es la CTM, sino la CATEM, por ejemplo, y que ahora los mecanismos se sustentan en los programas sociales con los que clientelarmente se compra y, a la vez, se niega el estatus de ciudadano a las personas al depositarlas arteramente en la servidumbre.






A este fenómeno se le llama “neocorporativismo”, y en la UNAM se estudia desde hace muchos años, particularmente desde que Carlos Salinas creó el programa Solidaridad.
Reunir a 400 mil almas en el Zócalo –si damos por cierta la cifra– es nada si la contrastamos con la población conurbada, aledaña a la Ciudad de México; y aún así, camiones y camiones asistieron con gente de varias partes del país, acarreados al más puro estilo del pasado que sólo en el discurso se ha dejado atrás.
Lo importante para ellos es fortalecer que “el Zócalo es el alma de la república”, que de existir este en todas partes, pues no hay mexicano de segunda. Se trata de un mito virreinal de bienvenida al hombre de confianza de la corona.
El neoconservadurismo en MORENA se llama “movimiento”. Antes era CTM, CNC, CNOP, FTSE y toda una retahíla. Tenían sus cuotas y cotos de poder; ahora se han enajenado a la voluntad de un héroe de cartón que, dicen, inició la “transformación”.
La otra mentira tiene que ver con la corrupción política. Dice la presidenta que ya se nos olvidó; cree que esa lucha es patrimonio del oficialismo. Lo nuevo es que Claudia Sheinbaum sólo ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
El convite del domingo pasado llevó, para estar presente, al jefe huachicolero, al gángster Adán Augusto López Hernández, entenado y protegido de Palenque.
Mientras todo eso sucede, el país no crece y los banqueros se hartan de capital; Carlos Slim perfora pozos para Pemex y el enviado de Trump le aplaude a su alfil Omar García Harfuch, que ahora le jugó al gran ausente en el Zócalo.


