
Adolfo Ruiz Cortines, el presidente viejo
En 1950 tener 60 años de edad ya era una condición para geriatras. El presidente Adolfo Ruiz Cortines contaba 62 años cuando sucedió a Miguel Alemán, del que había sido secretario de Gobernación, y desde luego su paisano preferido, tanto así que le heredó el cargo.
Ruiz Cortines era un hombre austero, tenía fama de haber custodiado la hacienda mexicana en tiempos de rapiña. En aquel tiempo, igual que ahora, “carrancear” era robar, y don Adolfo se vanagloriaba de ser un hombre de excepción. Para no ser apapachado hipócritamente, acostumbraba llegar a las reuniones sosteniendo su sombrero con ambas manos como escudo, para evitar que se le acercaran demasiado.
En algún momento, cuando era todavía candidato, don Adolfo movió sus aparatos de inteligencia para saber qué opinión le merecía en las calles, entre la gente:
—¿Qué nuevos cuentos o chismes se andan contando por ahí de mí? –preguntó.
—Pues lo de siempre señor —dijo el médico—, que si ya está usted viejo, que si ya tiene muchos años, que si ya no…
Don Adolfo lo interrumpió para decirle:
—Bueno, ¿me quieren para que los gobierne o para semental?
Eran los tiempos en que ya el camarón del Golfo ya no levantaba espíritus y el Viagra estaba todavía muy lejos de hacerse presente.
(Esta es una variación de una anécdota contenida en el libro Los dos Adolfos, escrito por Humbert Romero Pérez, secretario tanto de los dos presidentes veracruzanos).

