A Charles Lutwidge Dodgson (mejor conocido en la literatura como Lewis Carroll), quien era lógico y matemático, parece ser que con estos conocimientos le resultó menos complicado escribir Alicia en el país de la maravillas en el siglo XIX, una de sus obras más reconocidas, pero también famosa por contar una historia colmada en imágenes simbólicas, de inspiración surrealista y abrevada en el absurdo.

Me viene del recuerdo esta memorable narración para aventurarme a preguntar quién podría estar interesado hoy en escribir el sinsentido que representa la crónica de César Duarte en el concierto de sus reclamos a un partido al que ya nadie quiere pertenecer, salvo él. De entrada ya lo hacen muchos desde el periodismo, la llamada historia de lo inmediato. En este caso, el tiempo lo dirá.

Pero alguna hipócrita razón tiene Omar Bazán, el inefable dirigente estatal del tricolor: esta pretensión de Duarte por reclamar sus derechos políticos dentro de una institución partidaria que lo rechaza y lo ha expulsado tardíamente, más allá de que fueron muchos los días que lo vitoreaban, le hace daño a todo mundo, incluso al PRI, lo cual, en sí mismo, ya representa otro elemento del absurdo.

La formal promoción de un amparo ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación a través de sus abogados, revela bastante el estado en que se encuentra la mitomanía del cacique chihuahuense en fuga. Y expone, igualmente, que su infame estado anímico es similar a la de aquellos grandes delincuentes de la política que no tienen el más mínimo remordimiento por sus fechorías. Al contrario, creen que la sociedad les debe y pretenden un retorno glorioso, al amparo de la desmemoria y del recalentado de un sistema judicial corrompido (recuerde el amparo que un juez le concedió en julio del año pasado contra una orden de aprehensión, antes de que el mecansogansismo asumiera formalmente el poder).

Habría qué ver los efectos probables de ese amparo y la respuesta, claro está, del TEPJ en tiempos de pérdida casi absoluta del PRI, a pesar de que a estas alturas del partido el caso ya no importa a nadie; y he ahí el riesgo: las presas acechan mientras hay calma chicha. Y Duarte, aun en su absurdo, quiere volver. ¿Quién será el sombrerero que lo defienda? Los canadienses, que alguna vez le regalaron una tejana blanca, pasarían de largo.